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Actualizado: 29 de julio de 2025


Cuando yo haya muerto, él pensará sin duda, al poner sobre ella los pies, que en cada una de sus mallas iba yo encadenando, en mi tiempo, un pensamiento para él. ¡Ay! este frágil tejido durará, por lo menos, cien años; y tanto mis hijos como yo, habremos ya dejado de existir... Estoy triste, muy triste. Domingo, 3 diciembre de 1826.

San Juan había sido hasta entonces suficientemente rico en hombres civilizados, para dar al célebre Congreso de Tucumán un presidente de la capacidad y altura del doctor Laprida, que murió más tarde asesinado por los Aldao; un prior a la Recolecta Domínica de Chile en el distinguido, sabio y patriota Oro, después obispo de San Juan; un ilustre patriota, don Ignacio de la Roza, que preparó con San Martín la expedición a Chile, y que derramó en su país las semillas de la igualdad de clases prometida por la revolución; un ministro al gobierno de Rivadavia; un ministro a la legación argentina en don Domingo de Oro, cuyos talentos diplomáticos no son aún debidamente apreciados; un diputado al Congreso de 1826 en el ilustrado sacerdote Vera; un diputado a la convención de Santa Fe en el presbítero Oro, orador de nota; otro a la de Córdoba en don Rudecindo Rojo, tan eminente por sus talentos y genio industrial como por su grande instrucción; un militar al ejército, entre otros, en el coronel Rojo, que ha salvado dos provincias sofocando motines con sólo su serena audacia, y de quien el general Paz, juez competente en la materia, decía que sería uno de los primeros generales de la República.

A pesar de los esfuerzos hechos por los partidarios de la independencia, el general Rodil, refugiado en el Callao, sostuvo durante mas de un año esta plaza, rendida por fin el 23 de Enero de 1826, dia en que el Perú, á consecuencia de este acontecimiento quedaba totalmente emancipado de España y la América del Sud veia terminarse la sangrienta y larga lucha comenzada y llevada á feliz término por los valientes hijos de Venezuela, bajo la gloriosa direccion del celebérrimo Bolívar.

Horace Mann el prólogo en que explica esta génesis de sus ideas. Así resulta en nuestra historia este aparente absurdo: que los caudillos «federales», dominados por Rosas, rehicieron la «unidad» argentina, rota por los unitarios quiméricos de 1826, y que los emigrados «unitarios» promulgaron la «federación», al regresar al país después de Caseros.

Ella parece que nos aproxima, insensible y dulcemente, al trono donde el Altísimo tiene su asiento. 27 de abril de 1826. Mi cuñado, el abate Lamartine, ha muerto; hacía bastante tiempo que su vida era una prolongada espera de este momento. Espero que Dios habrá sido misericordioso para el hombre que tanto lo había sido para su prójimo.

Paz es provinciano, y como tal presenta ya una garantía de que no sacrificaría las provincias a Buenos Aires y al puerto, como lo hace hoy Rosas, para tener millones con que empobrecer y barbarizar a los pueblos del interior; como los federales de las ciudades acusaban al Congreso de 1826.

Sin duda que nadie me atribuirá el designio de justificar al muerto, a expensas de los que sobreviven. Lavalle hacía lo que todos deseaban haber hecho, salvo quizás las formas, lo menos substancial sin duda en caso semejante. ¿Qué había estorbado la proclamación de la Constitución de 1826, sino la hostilidad contra ella de Ibarra, López, Bustos, Quiroga, Ortiz, los Aldao, cada uno dominando una provincia y algunos de ellos influyendo sobre las demás? Luego, ¿qué cosa debía parecer más lógica en aquel tiempo y para aquellos hombres lógicos

Simon Zárraga, que ha hecho de la tierra argentina su segunda patria, me contaba en Caracas, que en 1826, siendo ayudante de Bolívar, fue enviado por el Libertador a la costa para conducir a Bogotá dos caballeros franceses que venían en misión diplomática cerca de él. Uno de ellos era el hijo del famoso duque de Montebello.

D. Jacinto Rodriguez Rico, natural de Villamayor, diócesis de Leon: siendo Dean de Zamora fue nombrado Obispo de Teruel: tomó posesión en 20 de Marzo de 1826, y fue trasladado a Cuenca en Junio de 1827.

Así, pues, el mismo sentimiento que había echado a Corrientes en la oposición a la Constitución unitaria de 1826, le hacía desde 1838 echarse en la oposición a Rosas que centralizaba el poder.

Palabra del Dia

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