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Actualizado: 8 de mayo de 2025
El ruido lento y monótono que surgía entre los árboles era el de la escuela de don Joaquín, establecida en una barraca oculta por la fila de álamos. Nunca el saber se vió peor alojado; y eso que, por lo común, no habita palacios.
Con el transcurso de los tiempos, habiéndose alzado edificios desde la Puerta de Triana al Postigo del Carbón, y construído de nuevo los Malecones, se formó entre éstos y la orilla del río una alameda en la que se plantaron cuatro filas de álamos, y que tomó el nombre de paseo del Arenal.
Una espesa cortina de álamos cerraba la plazoleta formada por el camino al ensancharse ante el amontonamiento de viejos tejados, paredes agrietadas y negros ventanucos del molino, fábrica antigua y ruinosa, montada sobre la acequia y apoyada en dos gruesos machones, por entre los cuales caía la corriente en espumosa cascada.
Despavorido bajó a la cuadra, donde tiene su caballo, le puso la silla y se lanzó al camino, aquel camino aldeano de verdes orillas, que cruza por delante de la casona hidalga. Uno de esos caminos humildes, que guían a todas partes. Un poco más adelante, siguiendo por aquel camino humilde de verdes orillas, un paraje de álamos y de agua.
El murmullo de los pequeños torrentes, el rugido lejano de las ondas y el estremecimiento de los álamos, movidos por el viento, se armonizan con una dulzura indefinible y llevan al alma una languidez y una turbación deliciosa que se quisiera prolongar.
La voz tenue del piano, tocado en sordina, atrajo la curiosidad de Isidro. Mire usted, Fernando. La alemana, la mujer del director de orquesta, que se aprovecha de que no hay gente en el salón. Cerca de ella está su niño... ¿Qué toca? ¿Wagner?... No; eso lo conozco; es de Schubert: El rey de los álamos. Vea cómo mueve la boca.
Cuantas veces reflexiono en nuestra soledad, recuerdo los muchos nidos que tantas veces he visto durante el otoño bajo los álamos del patio de Saint-Point; en lugar de los pequeñuelos hay nieve, y el viento se va llevando sus pajas, ¡una a una! Así es nuestra casa en la actualidad. 18 septiembre de 1825.
Si sobre esos bordes veis un grupo de álamos que opone dulcemente su tranquila majestad a la agitación vehemente de la corriente, nuestro espíritu no puede por menos que entregarse a pensamientos graves y religiosos, y meditáis tristemente sobre esas vanas grandezas del mundo que aparecen de pronto, como esos torrentes, sin que se conozca el origen, que, como él, pasan entre estrépitos y devastaciones y como él se pierden en el abismo.
El aire, inflamado por los rayos del sol, nos envolvía como una onda tibia, acariciando nuestras sienes y penetrándonos de una languidez invencible. Los mimbres y álamos esparcían por las orillas sombras flotantes que temblaban y desaparecían a nuestro paso.
A vuelo de pájaro, está a mil pasos apenas del molino de Felshammer, que parece hacer señas por arriba de los álamos del río. Si la multitud de tiradores no hiciera ese ruido ensordecedor, se oiría claramente el mugido del agua. ¡Si acabasen de una vez todas estas tonterías! dice Juan.
Palabra del Dia
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