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Nada se le queda por investigar, aclarar, contar y discutir sobre las corridas de toros, desde que empezaron en España, tal vez antes de la fundación de Cádiz y de la venida de Hércules fenicio, que erigió sus columnas, no si en Calpe, o en Avila, o en ambos cerros. No hay personaje histórico que haya toreado de quien no nos hable el señor conde.

Y si en mis treinta, y en mis cuarenta y aun en mis cincuenta, he toreado de lo fino, lo que es ahora... ¡Pues estoy yo bueno para fiestas con mis sesenta y nueve años y estos achaques...! Hágame usted más favor, y cuando le digo una cosa, créamela, porque para eso son los buenos amigos, para creerle a uno...

Su apoderado de Sevilla andaba loco, asediado por cartas y telegramas, no sabiendo cómo armonizar tanta petición de contratas con las exigencias del tiempo. La tarde anterior había toreado en Ciudad Real, y vestido aún con el traje de luces metiose en el tren, para llegar por la mañana a Madrid.

Las paredes blancas, chapadas de azulejos árabes hasta la altura de un hombre, estaban adornadas con prospectos de corridas de toros impresos en sedas de diversos colores. Diplomas con vistosos títulos de asociaciones benéficas recordaban las corridas en que Gallardo había toreado gratuitamente para los pobres.

Cuando vinieran a darse las dos corridas, ya se habrían comido el producto de ellas. El espada mostrábase igualmente malhumorado en la soledad de su hotel, pero no a causa del tiempo, sino de su mala suerte. Había toreado la primera corrida en Madrid con resultado deplorable. El público era otro para él.