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Zarandilla se metió entre ellos, adivinándolos por el tacto, marchando a ciegas en la penumbra de la cuadra, acariciando a unos en los ijares, rascando a otros en la frente, llamándolos con nombres cariñosos y librándose por instinto de las patadas de impaciencia y de alegría que daban con sus cascos herrados. «¡Quieto, Brillante!» «¡No seas malo, Lucero!» Y pasaba, encorvándose, por debajo de los vientres para ir hasta el otro extremo de la cuadra, mientras el aperador explicaba a Salvatierra la valía de este tesoro.

, : te estás rascando una oreja. Porque me pica. No, sino como diciendo para ti: si yo quisiera podría decir dónde está mi señora. No; no, señor, yo no lo . ¿A dónde has ido con un recado de tu señora? dijo á bulto Quevedo, pero con un acento tal de seguridad y una mirada tan profunda, tan dominadora, que Pedro se turbó. ¡Pero don Francisco!... dijo Casilda. Quevedo no la dejó continuar.

Un paso mas en la callejuela, y os codea la tentadora sevillana ó madrileña de opiniones...muy despreocupadas, guiñándoos un ojo negro y candeloso capaz de tentar al diablo mismo si no tiene juicio; en tanto que al pié de cada muro veis una fila de mendigos lamentables, rascando sin piedad ó punteando una raida guitarra para producir un ruido que punza los nervios, acompañamiento de la usual frase: una limosna por amor de Dios.

D. Melchor sabía hacer algunos juegos de manos; D. Peregrín Casanova sazonaba la tertulia con salerosos cuentos; Cándida recitaba admirablemente al piano varias fábulas morales; por último, el P. Joaquín tocaba, rascando los dientes con las uñas, cualquier pieza musical, y remedaba el grito del gallo con tal perfección que cualquiera le confundía con este bípedo. Aquella noche no hubo música.