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Los hombres de la partida rodeaban ya al caballo, y alargaban el cuello y se quedaban pasmados, junto a la gran hoguera en la que la comida se sazonaba. Es un cosaco dijo Hullin, estrechando la mano de Materne. , Juan Claudio; le vimos en la laguna de Riel, y Kasper le tiró. Varios hombres bajaron el cadáver de la cabalgadura y le tendieron en el suelo.

Pero, cuando él levantaba la voz en la clase, o fuera de la clase, o con los tertulianos nocturnos que lo visitaban en el colegio, entonces temblaba la casa; buscaba la invectiva, la lanzaba al rostro del adversario y la sazonaba con vocablos de estofado, acabando por dominar el debate con sus gritos estentóreos.

Un defecto tenía Moro, hijo de su misma afición. Se consideraba insuperable en todos los juegos a que se dedicaba. No se le podía negar gran maestría en ellos; pero de aquí a no tener rival hay mucha distancia, y Moro la salvaba. De esto procedían los prolijos, eternos comentarios con que sazonaba cada jugada, y que ya habían llegado a ser proverbiales en Lancia. Daba un tacazo en el billar.

A fuerza de filípicas maternales corría una escoba por el piso, sazonaba el caldo, traía una herrada de agua; en seguida, con rapidez de ave, se evadía de la jaula y tornaba a su libre vagancia por calles y callejones. De tales instintos erráticos tendría no poca culpa la vida que forzosamente hizo la chiquilla mientras su madre asistió a la Fábrica.

Eran verdaderamente grandes, como hemos visto, los trabajos y fatigas de los Padres en domesticar este inculto campo de la gentilidad; pero no obstante eso, les parecía nada, aunque hubieran sido sin comparación mucho mayores, viendo cuán bien prendía y se lograba la semilla de la predicación evangélica, y cuán presto se sazonaba en frutos dignos del Paraíso; mas en esto no quiero yo poner nada de mío, sino sólo hacer hablar á los mismos sembradores de esta semilla, que se maravillan de ello y se dan el parabién con júbilos de incomparable consolación.

D. Melchor sabía hacer algunos juegos de manos; D. Peregrín Casanova sazonaba la tertulia con salerosos cuentos; Cándida recitaba admirablemente al piano varias fábulas morales; por último, el P. Joaquín tocaba, rascando los dientes con las uñas, cualquier pieza musical, y remedaba el grito del gallo con tal perfección que cualquiera le confundía con este bípedo. Aquella noche no hubo música.