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Lancéme hacia allá, sacudiendo con los talones los ijares del potro, y galopé mucho tiempo por el descampado. De repente, el caballo y yo rodamos en un surco blando. Era una laguna; mi boca se llenó de agua pútrida, y mis pies se enredaron en las fofas raíces de los nenúfares. Cuando me levanté vi al caballo corriendo muy lejos, como una sombra, con los estribos al viento.

A veces una gacela saltaba, y con las orejas bajas, estiradas y finas, partía en el filo del viento. Soltábamos el halcón que volaba sobre ella con las alas serenas, dándole a espacios regulares, con toda la fuerza de su pico curvo, picotazos en el cráneo. Y la íbamos a encontrar, por fin, a la orilla de algún charco infecto, cubierto de nenúfares.

En un rincón, en el fondo del cual los remolinos han depositado una capa de barro, las nenúfares extienden sus anchos discos, donde el agua produce reflejos de perlas, y sus hermosas flores blancas que para nuestros antepasados los egipcios é indostanos, representaban el símbolo de la vida.

Como para burlarse de su propia incuria, los nimeses han erigido en una de sus plazas, la más árida y llena de polvo, un grupo magnífico de ríos adornados con tridentes y arroyuelos coronados de nenúfares; pero, á pesar de ese fausto escultural, el único recurso es siempre la fuente venerada, hermosa y pura como en los días en que sus antepasados los galos construyeron la primera cabaña al borde mismo de sus aguas.

El silencio reina en el molino; sólo a lo lejos, en la esclusa abierta, las aguas en movimiento cantan su monótona melodía. Delante de la casa, el arroyuelo está tranquilo como si no tuviese más que hacer que columpiar los nenúfares, y el sol poniente se refleja en sus aguas profundas.

¿Para qué ir a Tien-Hó? ¿Por qué no quedarme allá en aquel amable Pekín, comiendo nenúfares en caldo de azúcar, abandonándome a la somnolencia amorosa del «Reposo discreto» y yendo por las tardes azuladas a dar mi paseo del brazo del buen Mariskoff, por las terrazas de jaspe de la Purificación o bajo los cedros del Templo del Cielo?

Después sirvieron deliciosas fibras de aletas de tiburón, ojos de carnero con picado de ajo, un plato de nenúfares en compota, naranjas de Cantón, y, en fin, el arroz tradicional, el arroz de los abuelos. Todo esto con la ayuda de unas cuantas botellas de excelente vino de Chao-Chigné.