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El padre de Torrebianca, no encontrando ya lienzos ni estatuas como sus antecesores, tuvo que hacer moneda con el archivo de la casa, ofreciendo autógrafos de Maquiavelo, de Miguel Angel y otros florentinos que se habían carteado con los grandes personajes de su familia.

El oro acumulado por el mercantilismo de las repúblicas italianas «pagó según Saint-Víctor los gastos del renacimiento». Las naves que volvían de los países de Las mil y una noches, colmadas de especias y marfil, hicieron posible que Lorenzo de Médicis renovara, en las lonjas de los mercaderes florentinos, los convites platónicos.

Para conmoverla, enseñaba cartas de Maquiavelo, de Miguel Ángel, de Benvenuto Cellini y otros florentinos célebres, dirigidas á sus remotos ascendientes, únicos recuerdos de familia que se habían salvado, no se sabe cómo, de la rapacidad de los anticuarios.

Esa brillante mañana de febrero, al recorrer la larga y tortuosa arteria nombrada, llena de ociosos florentinos y de ricos extranjeros que habían salido de paseo, vi a varios caballeros y señoras de mi relación.

Tomamos de Italia, la escrupulosidad en el estudio de los miembros del cuerpo, la manera de concebir y disponer el cuadro, el manejo de la luz, los contrastes y armonías del color, hasta los estilos y procedimientos de la ejecución, pero la tendencia del Renacimiento a que el arte fuese, ante todo, realización de belleza, ya nacida de los ideales de la mente, ya contemplada en las obras de la Naturaleza, el criterio amplio y libre hasta la audacia que florentinos, romanos y venecianos desplegaron en sus frescos y sus lienzos, halló pocos prosélitos en España.

Me cansaría si escribiera los nombres de todos los poetas franceses, romanos, alemanes, españoles, italianos é ingleses, siendo su número infinito, y existiendo sus obras para probar su mérito. Sostenían actores los mantuanos, venecianos, valencianos, napolitanos, los florentinos y otros: además, los príncipes germánicos, el Palsgrave, el Landgrave, los duques de Sajonia, de Brunswick, etc.

Llevaba un traje de seda, azul y blanco, con una rica piel sobre los hombros y un penacho de plumas de garza real en la cumbre del amplio sombrero. El saco de mano negro que la acompañaba en su viaje había sido sustituído por un bolso de oro de una riqueza aparatosa: oro australiano, de un tono verde, semejante á la pátina de los bronces florentinos.