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De carlismo no se hablaba en la casa, porque doña Lupe no lo consentía. Pero una mañana, los dos hermanos mayores se enfrascaron de tal modo en la conversación, más bien disputa, que no hicieron maldito caso de la señora. Juan Pablo estaba lavándose en su cuarto, entró Nicolás a decirle no qué, y por si el cura Santa Cruz era un bandido o un loco, se fueron enzarzando, enzarzando hasta que...

Ya veremos si mañana hallamos algún medio. Los dos amigos bajaron la voz, y se enfrascaron en una conversación viva y reservada. Gonzalo estaba inquieto. No hacía más que echar miradas a la puerta, esperando a cada instante ver entrar a Venturita. Transcurría, no obstante, el tiempo, y nada; la niña no parecía.

¡Qué importa! exclamó la niña de Calderón con un desprecio que hubiera estremecido a Heinecio en su tumba. Y añadió en seguida: ¿Esos sombreros os los ha hecho Mme. Clement? No, los ha encargado mamá a París por la señora de Carvajal, que ha llegado el sábado. Son muy bonitos. Más que los que hace Mme. Clement ya son. Y se enfrascaron por breves momentos en una plática de moda.

Los dos hombres se enfrascaron en su entusiasmo de jinetes montaraces, que les hacía mirar al caballo con más amor que a las personas. Gallardo, algo inquieto aún, andaba por la cocina, mientras las mujeres del cortijo, morenas y hombrunas, atizaban el fuego y preparaban el almuerzo, mirando de reojo al célebre Plumitas. El espada, en una de sus evoluciones, se acercó al Nacional.