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, ... me vuelvo replicó la joven bajándose aún más el pañuelo de la cabeza para taparse la frente y embozándose con el mantón. Déjame ahora, que me voy por las calles. Echa á andar delante. Yo te seguiré nada más que hasta la esquina de la calle de la Verónica, porque me voy á la cervecería.

Era Ramsés II, que venía en busca suya. «Señor D. Evaristo, por Dios, hable usted de al señor de Villalonga» le dijo la momia, interponiéndose como si no quisiera darle paso sino a cambio de una promesa. Se hará, compañero, se hará; hablaremos a Villalonga dijo D. Evaristo embozándose ; pero ahora estoy de prisa... no puedo detenerme... Hijo, vamos.

Al llegar una nueva banda, sus individuos, embozándose en las mantas haraposas para dar mayor misterio a la pregunta, se dirigían a los que aguardaban en el llano. ¿Qué hay?... Y los que oían la pregunta parecían devolverla con la mirada. «; ¿qué hayTodos estaban allí, sin saber por qué, ni para qué; sin conocer con certeza quién era el que los convocaba.

Y embozándose en su capa, miró un triste reloj, que contaba con tristísimo compás la vida en el testero de la sala. No abráis á nadie: cuidado, cuidado con la puerta. Echad todos los cerrojos. Cuando venga mi sobrino, dadle algo que comer y que me aguarde. ¿Pero cómo va usted á salir con esos alborotos? dijo Clara con temor. No nos deje usted solas: tenemos mucho miedo.

Al pasar por el Convento reconocí al P. Solis que sabía muy tranquilo, embozándose en la capa; dos calles adelante al doctor Sarmiento, lo mismo que siempre, con levita larga, el bastón bajo el brazo y el sombrero espeluznado caído hacia la nuca. Por fin... ¡la Casa de Diligencias!

Pues, señá Benina agregó D. Carlos embozándose hasta los ojos para afrontar el frío de la calle , mañana, a las ocho y media, se pasa usted por casa; tenemos que hablar. ¿Sabe usted dónde vivo? Yo la acompañaré dijo Eliseo echándosela de servicial y diligente en obsequio del señor y de la mendiga. Bueno. La espero a usted, señá Benina. Descuide el señor. A las ocho y media en punto.

Notó Ana que su confesor no sabía lo que decía. En aquel momento salían del pórtico; en la calle había algunos grupos de rezagados. Había que separarse. ¡Buenas noches, buenas noches! dijo el Magistral con tono de mal humor, casi con ira. Y embozándose sin decir más, tomó a paso largo el camino de su casa.