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Si los tiempos divinos en que las almas jóvenes daban modelos para los dialoguistas radiantes de Platón sólo fueron posibles en una breve primavera del mundo; si es fuerza «no pensar en los dioses», como aconseja la Forquias del segundo «Fausto» al coro de cautivas, ¿no nos será lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanas que devuelvan a la vida un sentido ideal, un grande entusiasmo; en las que sea un poder el sentimiento; en las que una vigorosa resurrección de las energías de la voluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo de las almas, todas las cobardías morales que se nutren a los pechos de la decepción y de la duda? ¿Será de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva, como lo es de la vida individual?

Censuraba mis cobardías, se indignaba de mis desfallecimientos y me reprochaba las invectivas que me complacía en prodigarme, porque afirmaba que en ellas veía las inquietudes de un espíritu mal equilibrado y más perplejo que equitativo.

Don Diego lloró con ella: las lágrimas se deslizaban por su rostro varonil como la lluvia sobre una estatua de bronce. Cometió todas las cobardías que el amor exige. Habló de la futura condesa con una frialdad rayana en el desprecio; prometió por su honor que ella no viviría largo tiempo y hasta ofreció a la señora Chermidy que le permitiría ver a Germana antes de la boda.

Ahora estáis perdida. El mismo Mathys, si estuviera aquí, os echaría, del castillo. Marchaos, basta de cobardías inútiles, basta de mentiras; marchaos os digo. ¿Vais a obligarme a llamar a mis sirvientes para verme libre de vuestras súplicas hipócritas? Pero la viuda siguió arrastrándose a sus pies y balbuceando todas las súplicas que la desesperación más profunda podía sugerirle.

La Sanguijuelera visita a los de Relimpio y califica la conducta de su sobrina con palabras que a pluma más hipócrita no podría velar con los disimulos del lenguaje. Abril. Desarme de la Milicia por la Milicia. Dos cobardías se encuentran frente a frente y del choque resulta una página histórica. No corre la sangre.

Amén de una inteligencia siempre despierta y de una voluntad que jamás conoció los desmayos y cobardías de la fatiga, la Montansier poseía el don de la oportunidad; esa rara virtud, casi omnipotente, que guarda el hito de todas las victorias.