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»Al recordarla ahora se me figura una aparición celeste que me visita en sueños. ¿Acaso no era una santa que Dios nos presentaba para servirnos de ejemplo? Usted, Amaury, conoce una de sus buenas acciones; pero yo, podría citarle mil que le ayudé a practicar, y no son pocos los pobres que a estas horas deben bendecir su nombre.

¿Sería posible que no viniese? ¿Habría sido capaz de citarle sólo por dar largas al asunto? ¿Acaso para exasperarle? Si tal sucediera, él se tendría la culpa por la amenaza de plantarse en su casa. Para una mujer casada el lance podía resultar comprometido.

Júpiter, pues, al ver a Juno, se dejó vencer por la fuerza de aquellos hechizos; la requirió de amores con la mayor vehemencia; y no encontró modo mejor de someterla a su propósito y deseo que el de citarle todas sus travesuras y lances galantes, asegurando que en ninguno de ellos, ni con Dánae, ni con Leda, ni con Europa, ni con las demás princesas y ninfas que había seducido, se había sentido nunca tan emocionado, permítaseme la palabrota, como en aquella ocasión.

Y andando, andando, y partiendo los unos de un principio falso y los otros de una verdad santa, llegan todos de la exageración al engaño, y pasan luego a la demencia; pareciéndoles a aquellos que pueden servir de guía a la juventud las crudezas de Zola, y creyendo estos que no conviene enseñar a los niños el Credo y los Artículos de la Fe sin introducir algunas prudentes modificaciones, de que yo pudiera citarle algún ridículo ejemplo.

Ocultarse de un legítimo esposo..., tal vez; pero de un simple poseedor, ¡jamás! No había que perder la esperanza. En el mero hecho de citarle... ¡Tendría chiste que no viniese! Pero ; un coche se acerca; su berlina. Efectivamente; el carruaje avanzaba de prisa por el centro del paseo. Don Juan se hizo a un lado, ocultándose tras el grueso tronco de un álamo.

No yo que Sakiamuni escribiese nada, ni Sócrates, ni Jesucristo, si es lícito citarle como hombre entre los que fueron meramente hombres. En suma, con mucho hablar y con mucho escribir se consigue poco o nada fuera del deleite del que lee o del que oye cuando lo hace bien el que escribe o el que habla.

Tal vez trajese el ánimo dispuesto a concesiones. ¿Cuáles? ¿Citarle nuevamente? ¿Dónde ni con qué objeto? ¿Para entregársele renovando en perjuicio de otro las venturas pasadas? Don Juan lo deseaba... y lo temía. Reconquistarla, estrecharla contra su pecho, volverla loca..., bueno; pero arriesgarse a tener algún día que esconderse cobardemente, ¡eso no! por muy bravo que fuese el señor Martínez.

Trousseau , pero evita el citarle, como lo hace siempre, por no rendir homenaje á los trabajos del sabio reformador de la materia médica. § II. Efectos fisiológicos.