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Remontó después la cañada, y pasó por delante de la cabaña silbando aún con significativo descuido. Sentose junto a un enorme palo campeche y volvió sobre sus pasos y otra vez pasó por la cabaña. Al llegar allí, encendió pausadamente su pipa, y en un momento de franca resolución llamó a la puerta. Edmundo la abrió. ¿Cómo va? dijo León, mirando por encima de Edmundo, hacia la caja de velas.

Por cuchillos el francés mercerías y Ruán, lleva aceite; el alemán trae lienzo, fustán, llantés; carga vino de Alanís; hierro trae el vizcaino el cuartón, el tiro, el pino, el indiano el ámbar gris, la perla, el oro, la plata, palo de campeche, cueros, toda esta arena es dineros. ¡Un mundo en cifras retrata!

Sumamente apreciada por la materia colorante que segrega el tronco; su parecido al campeche, pero muy superior á él; se hace mucha exportación de esta substancia. Los indios emplean la madera para clavazón de barcos. Tangile. De primer orden y madera roja tostada. Por la magnitud de su tronco lo emplean los naturales en la construcción de canoas. Teca.

Para imaginarnos el aspecto de nuestra corriente de agua y los servicios para que la utilizaron nuestros antepasados en los tiempos de la barbarie primitiva, nos es preciso atravesar el Océano y desembarcar cerca de las costas del mar de las Antillas, en uno de esos bosques de Honduras, del Yucatán y el Mosquitos, donde los caribes y los zambos cortan la acacia, el cedro y el campeche.

No diré que si usted bebe ese peleón que traen los arrieros de Toro, lleno de campeche y otras porquerías, no quede usted peor que antes; pero en tratándose del vino de Rueda legítimo y con diez años en la bodega, como el que tiene delante, diga usted que es una bendición del cielo, y que apaga la sed lo mismo que hace discurrir á un borrico... ¡Calle!... ¡pues si no le he traído copa para beberlo!... ¡Válate Dios... válate Dios... válate Dios!...

En el mesón del Monje, que estaba al principio de la calle de San Francisco, monté sobre un macho cargado de azúcar y campeche; después de haber recibido la bendición de mi señor padre que me contemplaba con sereno rostro, aunque con el alma acongojada por la idea de separarse de .

En una, la que estaba destinada al amanuense, unos estantes con papeles y legajos polvorientos, comidos de la polilla, folletos y periódicos, en paquetes atados con hilo de Campeche; una mesa secular, cubierta con una carpeta de paño verde, manchada de tinta; gran tintero de plomo, una marmajera del mismo metal, dos plumas dignas del gabinete de un arqueólogo, y un retal de casimir negro para limpiar las plumas, procedente, sin duda, de algún pantalón viejo del abogado.