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Una vez, al repetir esta canción don Víctor, a Mesía se le antojó atender; oyó lo de quedarse a media miel, lo de faltarle el valor... y con suprema resolución, casi con ira pensó: Este idiota me está avergonzando, sin saberlo.... Ya que él lo quiere, que sea.... Esta noche se acaba esto.... Y si puedo, aquí mismo....

Lloraba y moqueaba copiosamente en los pasajes más líricos, avergonzando no pocas veces a su hija. ¡Papá, que te están reparando! ¡Qué quieres, hija mía, esto enternece a una roca! Después de la música lo que más le placía eran los dramas y novelas sentimentales. Había visto infinidad de veces La huérfana de Bruselas, La aldea de San Lorenzo y La carcajada.

En lontananza, la cadena del Forez erguía sus mamelones donde la nieve refulgía cual una caperuza de plata; los gigantes de Auvernia, vaporosos y grises, parecían fantasmas de neblina; el castillo de Borbón Busset surgía de las brumas con sus torreones señoriales, avergonzando al pacifico palacio de Randán, con todo el desdén de un Borbón legítimo hacia la rama degenerada de los Orleáns.

Inútil es representar alguna vez buenas obras, y hacer lo mismo en seguida con los miserables engendros dramáticos cuotidianos, El Rey Lear una noche, por ejemplo, y á la siguiente, servir otro manjar de puro aparato, repugnante al buen sentido, inventado por el gastrónomo Bremer y preparado para la escena por Birch-Pfeiffer, ó dramatizaciones aún más despreciables de las malas novelas francesas, que manchan ahora nuestra escena avergonzando á todo buen alemán, porque la impresión bienhechora de la primera quedará anulada, doble y triplemente, por el efecto perjudicial de las últimas.