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Muero sin pesar y no tengo miedo. Hace tanto tiempo que no duermo bien, que necesito reposo. Olga Bremer.» El anciano experimentaba un sentimiento de angustia absoluta. Se bamboleaba, apretaba los puños y se golpeaba la frente; en seguida volvió a caer sobre una silla. Es una locura, una completa locura gimió enjugándose las gotas de sudor que cubrían su frente.
¿Cree usted dijo Genoveva dirigiéndose a la Roubinet, que las solteronas cuentan en sus filas muchas literatas distinguidas? ¡Cómo! Genoveva dijo la Fontane, ¿olvida usted a nuestra ilustre Eugenia de Guerín?... No, pensaba en ella, así como en Clarisa Bader y en la Bremer. Pero no conozco muchas más.
Inútil es representar alguna vez buenas obras, y hacer lo mismo en seguida con los miserables engendros dramáticos cuotidianos, El Rey Lear una noche, por ejemplo, y á la siguiente, servir otro manjar de puro aparato, repugnante al buen sentido, inventado por el gastrónomo Bremer y preparado para la escena por Birch-Pfeiffer, ó dramatizaciones aún más despreciables de las malas novelas francesas, que manchan ahora nuestra escena avergonzando á todo buen alemán, porque la impresión bienhechora de la primera quedará anulada, doble y triplemente, por el efecto perjudicial de las últimas.
Así, pues, siempre mis buenas intenciones son objeto de insultos me dije, y salí golpeando violentamente la puerta detrás de mí. Toda esa noche, loca de mí, me la pasé despierta hasta el amanecer, representándome la manera cómo yo, Olga Bremer, habría procedido en el lugar de uno y otro.
Palabra del Dia
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