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Los indios tagalos forman melancólicos discursos, si la lechuza canta; tienen como buenos augurios el encontrar una culebra en la casa ó en el barco. Algunos creen en las hierbas amatorias. Estas y otras muchas falsas creencias, de las que aún quedan algunas reminiscencias, poco á poco las va desterrando la vívida luz del Evangelio y la civilización.

¡Gran mujer! dijo Pacorrito la primera vez que la vió; y más de una hora estuvo plantado ante el escaparate, contemplando tan seductora belleza. Nuestro personaje se hallaba en ese estado particular de exaltación y desvarío en que aparecen los héroes de las novelas amatorias.

La prueba está en que nuestros abuelos asocian al miriñaque la evocación de su amor; y nuestros padres, al recordar sus cuitas y congojas amatorias, mezclan también a sus memorias el absurdo polisón.

Las comedias de santo son de ejemplo; las historiales, de desengaño; las amatorias, de inocente diversión sin peligro. La majestad de los afectos, la claridad de los conceptos, la pureza de las locuciones, la mantiene tan tirante, que aún la conserva dentro de las sales de la gracia. Nunca se desliza en puerilidades; nunca se cae en la bajeza de afectos.

El Duque se enamoró de ella como un loco: hizo que uno de los más enfadosos poetas de aquel tiempo escribieran unas estrofas amatorias, que el joven apasionado deslizó suavemente en la mano de Salomé á la salida de un baile. Sentimos no tener á mano estas estrofas, porque son un documento notable y digno de ser conocido. En prosa neta contestó la joven; pero no fué menos expresivo su estilo.

Por último, pasión más durable que todas había concebido, alimentado y guardado Salomón por la Sulamita, en cuya alabanza dejó compuestas las poesías amatorias más bellas que habían sonado hasta entonces en lengua humana. Pero Salomón, en medio de tantos deleites y triunfos, estaba hastiado. Nada le satisfacía. Todo era para él vanidad de vanidades y aflicción de espíritu.

Como un viejo pisaverde que descubre mohoso paquete de epístolas amatorias, levantóse don Custodio y se acercó al estante. El primer cartapacio, grueso, hinchado, pletórico, llevaba por título «PROYECTOS en proyecto.» ¡No! murmuró; hay cosas excelentes, pero se necesitaría un año para releerlos. El segundo, bastante voluminoso tambien, se titulaba «PROYECTOS en estudio.» ¡No, tampoco!