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¡Volvía a Madrid, te llamaba, te escribía!... observó Jacinta, sentándose al borde del lecho, la mirada fija, apagada la voz. Es decir, hacía que me escribieran, porque la pobrecilla no sabe... «Pues señor, no hay más remedio que ir allá». Cree que tu pobre marido iba de muy mal humor.

En tanto, la madre pensaba en él, arrancándole su recuerdo las horribles lágrimas de la incertidumbre, pues no sabía dónde estaba, ni si era vivo o muerto. Al fin lo averiguó; hizo que le escribieran, y aunque de tarde en tarde supieron uno de otro: ella le enviaba besos; él le mandó por un arriero un gran pañuelo de algodón de colores, valor de un día de jornal.

No porque yo ignorase los preceptos, Gracias á Dios, que ya tirón gramático Pasé los libros que trataban desto Antes que hubiese visto al sol diez veces Discurrir desde el Aries á los Peces; Mas porque, en fin, hallé que las comedias Estaban en España en aquel tiempo, No como sus primeros inventores Pensaron que en el mundo se escribieran, Mas, como las trataron muchos bárbaros, Que enseñaron el vulgo á sus rudezas; Y así se introdujeron de tal modo, Que quien con arte ahora las escribe, Muere sin fama y galardón; que puede Entre los que carecen de su lumbre, Mas que razón y fuerza, la costumbre.

El Duque se enamoró de ella como un loco: hizo que uno de los más enfadosos poetas de aquel tiempo escribieran unas estrofas amatorias, que el joven apasionado deslizó suavemente en la mano de Salomé á la salida de un baile. Sentimos no tener á mano estas estrofas, porque son un documento notable y digno de ser conocido. En prosa neta contestó la joven; pero no fué menos expresivo su estilo.

Montalván se detiene a describir las portentosas dotes que revelaba Lope en su niñez; refiere cómo leía en romance y latín a los cinco años, y, antes de saber manejar la pluma, repartía su almuerzo con los compañeros mayores para que le escribieran los versos que él improvisaba.

En lo que se ocupaba el duque, era en escribir á sus parciales de las provincias, á fin de que le hiciesen un partido entre la gente que alborota y que ha existido en todos tiempos bajo todas las formas de gobierno, á fin de que escribieran cartas honrosas para él, esto es, una especie de opinión pública ficticia, que debía figurar ante los ojos del rey como la opinión pública del reino.

Jáuregui le apreciaba mucho, y me decía que no tenía más contra que ser muy mujeriego... Fuera de esto, hombre de veracidad, con una palabra como los Evangelios, y cosa que él decía poniéndose formal era como si la escribieran notarios... Con todo, ¡lo que me ha venido contando estos días me parece tan extraño...! Que está arrepentida, que él la ha tomado bajo su protección... Se la encontró en casa de unos vecinos, y le dio lástima, y qué yo qué... Por más que diga ese santo varón, tales arrepentimientos me parecen a las coplas de Calainos... Y si por acaso... Quita, quita, pensamiento y no me tientes con una sospecha, que parece tan verosímil... El mismo Feijoo quizás... puede... habrá tenido... y ahora... Sobre esto quiero echar tierra, porque me volvería loca.

Es sensible que el P. San Agustin, que fué un buen escritor y cuya gramática es tan justamente apreciada, no nos diga nada sobre este punto oscuro. En algunas palabras que publicó como ejemplo para la lectura, procedio de izquierda á derecha; pero esto no prueba que escribieran siempre asi.