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Limpia y coqueta, sonríe en medio de un cinturón de verdor del que surgen sus torres grises. Aquellas fortificaciones son celebradas en diez leguas a la redonda. Son el paseo favorito de los aiglemonteses, que no se cansan de admirar sus puntos de vista, y es la primera visita que se impone a los extranjeros a quienes los azares o las exigencias de la vida conducen hasta nuestra peña.

El habitante de nuevo cuño tiene un lenguaje muy distinto: Aiglemont dice, es la fortaleza del obscurantismo, del clericalismo y del fanatismo. Es un país de supersticiones; transformémosle en país de luz. Y detrás de sus fortificaciones, los aiglemonteses, divididos en dos campos, miran con malos ojos a todo el que no piensa como ellos.

Te aseguro que los aiglemonteses no son tan malos como crees. ¡Que no son tan malos! exclamó Francisca, al salir a despedirme. Bien se ve que eres una aiglemontesa... Piensas como yo, pero no haya miedo de que lo confieses. Anda, eres una hipócrita... Gracias dije con la filosofía que caracteriza mis relaciones con Francisca.

Qué exageración, mi pobre Francisca... ¡Cómo! exclamó Francisca con cólera, ¿encuentras divertido vivir en medio de los aiglemonteses?... Pues sólo con pasar por las calles un poco estrechas de este viejo Aiglemont, atrapo yo el spleen... ¡Pobre Francisca! dije con sonrisa burlona. , búrlate de , pero eso no quita que esté muy harta de esta vida.

Pero era curiosa, y abrió las orejas cuanto pudo, a fin de no perder sílaba de una lectura tan poco común. Qué asombrados se quedarían los aiglemonteses si tuvieran noticias de una correspondencia escandalosa como ésta... dijo, todavía, antes de callarse definitivamente. Se trata de un secreto entre nosotras hizo observar la de Ribert, y cuento con la discreción de usted, Francisca.

Después, si el guía está dotado de un alma verdaderamente aiglemontesa, pondera el pasado en detrimento del presente: Aiglemont dice con énfasis en el tono arrastrado y nasal peculiar de los aiglemonteses, es la última fortaleza del catolicismo. Hasta la Revolución éramos posesión eclesiástica y moriremos fieles a nuestros destinos. Nada de ideas nuevas...