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Ya sabe usted, señor don Claudio contestó Carrascosa que me acusaron de realista y me quitaron mi destino. ¿Yo qué iba á hacer? ¿Iba á morirme de hambre? Las ideas no dan de comer, amigo. Usted, que es rico, puede ser liberal. Yo soy muy pobre para permitirme ese lujo. ¡Solemne tunante! Lo que hago es estar al cabo de todo. ¿Quiere usted que acabe de ser franco?

La gente de trabajo, sola contra todos, peleó contra todos, y contra los nobles, y los mató en la guerra y con la cuchilla de la guillotina. Sangró Francia entonces, como cuando abren un animal vivo y le arrancan las entrañas. Los hombres de trabajo se enfurecieron, se acusaron unos a otros, y se gobernaron mal, porque no estaban acostumbrados a gobernar.

AZUCENA. Es verdad, no lo sabes, y sin embargo era mi madre, mi pobre madre, que nunca había hecho daño a nadie. ¡Pero dieron en decir que era bruja!... MANRIQUE. ¿Vuestra madre? AZUCENA. ; la acusaron de haber hecho mal de ojo al hijo de un caballero, de un Conde. No hubo compasión para ella, y la condenaron a ser quemada viva. MANRIQUE. ¡Qué horror!... Bárbaros... ¿Y lo consumaron?

Cuatro o cinco soldados esparcidos en distintos puntos acusaron también su origen meridional, gritando al concluirse la estrofa: «¡Olé, oléAquella canción, nacida en el ardiente suelo de Andalucía, fue una varilla mágica que ahuyentó la tristeza de los corazones.

Sus contemporáneos acusaron a Amat de poca pureza en el manejo de los fondos públicos, y daban por prueba de su acusación que vino de Chile con pequeña fortuna y que, a pesar de lo mucho que derrochó con la Perricholi, que gastaba un lujo insultante, salió del mando millonario.

Cuestión inmensa era ésta: fué preciso para resolverla un arte, una iniciación. Para comprenderlos debe conocerse el tiempo y la ocasión en que ese arte comenzó á revelarse. Entre dos edades de fuerza, la fuerza del Renacimiento y la de la Revolución, hubo una época de postración, cuando graves signos acusaron una enervación moral y física.

Esta entrega se habia verificado bajo la amenaza de excomunion y multa de 3000 ducados á cada uno de los lugartenientes del Justicia: pero á pesar de que esta diligencia se practicó con misterio, se divulgó pronto por la ciudad la noticia, y los principales miembros de la nobleza, y entre ellos D. Juan de Luna baron de Purroy, y D. Martin de Lanuza fueron á la cárcel de manifestados, afearon al alcaide la entrega, se trasladaron al palacio del Justicia D. Juan Lanuza, le acusaron de violar los fueros, y observando D. Martin de Lanuza la inutilidad de estas gestiones, en union de otros nobles dió el terrible grito de Contrafuero, Ayuda á la libertad: y una porcion de los amotinados se dirigió al castillo de la ALJAFERIA, de donde á pesar de la resistencia de algunos inquisidores, con la mediacion del Arzobispo de Zaragoza Bobadilla, y de los Condes de Aranda, y de Morate, fueron puestos en manos de estos y del Virrey, Perez y Mayorini á cosa de las cinco de la tarde, y volvieron á la cárcel de los manifestados.