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Cuestión inmensa era ésta: fué preciso para resolverla un arte, una iniciación. Para comprenderlos debe conocerse el tiempo y la ocasión en que ese arte comenzó á revelarse. Entre dos edades de fuerza, la fuerza del Renacimiento y la de la Revolución, hubo una época de postración, cuando graves signos acusaron una enervación moral y física.

En efecto: no se trata de saber si los dogmas estan al alcance de nuestra inteligencia, ni si damos completa solucion á todas las dificultades que contra este ó aquel puedan objetarse: la religion misma es la primera en decirnos que estos dogmas no podemos comprenderlos con la sola luz de la razon; que miéntras estamos en esta vida, es necesario que nos resignemos á ver los secretos de Dios al traves de sombras y enigmas, y por esto nos exige la fe.

Al ver que Pirovani se había metido en su casa, no quiso buscar mentalmente nuevas explicaciones y abrió el sobre que acababa de recibir, empezando á leer su contenido en medio de la calle. Sus ojos pasaron por varios renglones, sin comprenderlos. «Una docena de frascos de «Jardín Encantado». «Idem ídem de «Ninfas y Ondinas». «Seis docenas de cajas de jabón «Claro de Luna».

Aunque estos libros añadía el fámulo son sólo rudimentos y preparativos para iniciación más alta, nadie consiente por acá que se comuniquen a los europeos, cuya inteligencia carece de la sólida madurez que para comprenderlos se requiere. Sólo dentro de tres siglos y pico, podrán ser y serán traducidos, leídos y semi-comprendidos en Europa por algunas pocas almas excepcionalmente superiores.

Quien en una noche terrible y suprema como aquélla haya velado a su hija o a su madre comprenderá lo que nosotros no sabríamos explicarle; y aquellos a quienes su buena fortuna no haya puesto en tales trances pueden bendecir a Dios por no verse en el caso de tener que comprenderlos. Amaury y Antonia no apartaban su mirada del doctor.

Así comencé a dejarme ver bajo muchos aspectos que ella habría podido sospechar sin comprenderlos. Juzgando sobre poco más o menos los hábitos normales de mi existencia iba conociendo con bastante exactitud cuál era el fondo oculto de mi natural.

En cierta ocasión se empeñó en que le dijese que le quería más que á Dios; en otra se le antojó que durmiese con guantes para conservar bellas y tersas las manos. Todos estos caprichos y otros infinitos más de nuestro héroe acogíalos la niña con marcado disgusto y resistiéndose. No acertaba á comprenderlos.