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Actualizado: 5 de octubre de 2025


Pero cuando en lugar de los cabellos de la Ninfa, vió, atropellando las enmarañadas árgomas, madreselva, espinas, zarzas, juncias y ortigas, las afiladas astas de un novillo de cuatro años, descendiendo de la sublime región adonde se había elevado con sus pensamientos, á la clásica morada de los revolcones y de los ojales en la piel, despojóse hasta de sus libros para mayor desembarazo, y no paró de correr hasta la portalada de los Seturas.

Mientras los niños de su edad aprendían a leer, él daba la vuelta a la muralla, sin que le asustasen las piedras derrumbadas, ni las zarzas que cerraban el paso. Sabía dónde había palomas torcaces é intentaba coger sus nidos, robaba fruta y cogía moras y fresas silvestres. A los ocho años, Martín gozaba de una mala fama digna ya de un hombre.

Desde su cruz contempla vuestros cuerpos en un estrecho abrazo entrelazados, y con tristeza en sus pupilas cándidas y en sus ojos dos lágrimas temblando parece que te dice, entre suspiros, y de dolor sobre su cruz llorando: Como yo, también agonizaste sobre la cruz de tu dolor clavado, y las zarzas de todos los dolores tus sienes y tu frente desgarraron: has sufrido la mofa y el desprecio, y has sentido en tu rostro el salivazo del legionario que salió a tu encuentro cuando llevabas el madero al hombro camino del Calvario.

Los hombres dotados de esa extrema sensibilidad, tienen en general una cierta debilidad de voluntad que les hace replegarse en mismos al menor contacto extraño, y tanto mejor para ellos, pues así están al abrigo de los choques violentos del mundo que los rodea y que no serían capaces de soportar, pero ¡ay de aquellos a quienes una voluntad indomable, un carácter violento y apasionado, arrastran directamente al centro de los escollos y de las zarzas!

Entonces me acordé del recurso que el atalayero solía emplear para comunicarse con los pescadores a gran distancia: el hacer la ahumada. Me registré los bolsillos; tenia fósforos. Allí no había paja, pero zarzas.

Llevábamos una gran cesta, que Genoveva subió hasta la cumbre del monte en la cabeza sin permitir que nadie le ayudara. Tomamos por el camino de Elguea. Nunca me había fijado en la belleza de este camino. A un lado teníamos el monte poblado de robles, de zarzas, de helechos, de toda clase de plantas salvajes y de florecillas silvestres; al otro lado y abajo, el mar, entre castaños y carrascas.

Pero al pie del árbol había un bardal bastante espeso, y en este bardal cayó la miruella. Cerca de un cuarto de hora invirtió en buscarla el pacientísimo cazador, que al fin la encontró; pero no sin desgarrarse las manos con las punzantes zarzas.

Y, estando comiendo, a deshora oyeron un recio estruendo y un son de esquila, que por entre unas zarzas y espesas matas que allí junto estaban sonaba, y al mesmo instante vieron salir de entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel manchada de negro, blanco y pardo. Tras ella venía un cabrero dándole voces, y diciéndole palabras a su uso, para que se detuviese, o al rebaño volviese.

Conociola perfectamente cuando entró en terreno claro, donde no oscurecían el suelo árboles ni zarzas. La Nela avanzó después más rápidamente. Al fin corría. Golfín corrió también. Después de un rato de esta desigual marcha, la Nela se sentó en una piedra. A sus pies se abría el cóncavo hueco de la Trascava, sombrío y espantoso en la oscuridad de la noche.

Llegada esta época, 15 de Marzo, se presentó el obrero en San Juan de Aznalfarache con todo el material propio para fundar la Escuela; incubadora, higrómetro, barómetro, termómetro, microscopio, etc., más las andanas y zarzas, que ya estaban preparadas de antemano, en el local destinado al efecto, haciéndose enseguida la instalación de la misma.

Palabra del Dia

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