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Actualizado: 2 de noviembre de 2025
El se había encerrado con un profesor argentino, jurando á los dioses no volver á la luz hasta poseer esta nueva ciencia, como poseía las otras.
Los pastores provenzales llaman a esta maniobra: volver cuernos al viento. ¡E infelices los rebaños que no se conformen con ello!
Era todo lo contrario de lo que había sido Arturito al volver de París. La ropa, los dijes y los primores de Arturito habían excitado la admiración y la envidia.
Ella repitió lo mismo: que no tenía ningún miedo, pero que era ya casi noche y de seguro la esperaban para cenar. Y después de prometer Andrés volver al día siguiente, se separaron, dándose un largo y afectuoso apretón de manos. Era la hora del crepúsculo, tan suave y melancólica en el campo.
He ahí la causa por qué los negros, después de tres días de carnaval, por más elegantes y presuntuosos que sean, tienen que vivir otros tres días prendidos de una reja; los pies necesitan suspender su misión terrena por ese espacio de tiempo para volver a su estado primitivo.
La vajilla era mezclada, y entre el estaño y barro vidriado descollaba algún talavera legítimo, capaz de volver loco a un coleccionista, de los muchos que ahora se consagran a la arcana ciencia de los pucheros.
Le molestaba ver aún allí el relampagueo de aquella mirada fría, repeliéndole, evitando la aproximación. Le avergonzaba el recuerdo de sus estúpidas preguntas. Y sin contestar al saludo del ermitaño y su familia, se lanzó monte abajo con la esperanza de volver a encontrarla, no sabía dónde. Rodaban las rojas piedras bajo sus pies.
Es preciso volver por él sentiría perderlo. Fortuna, que iba detrás, de dos saltos se puso delante, y levantando la cabeza, se quedó mirando a sus amos. El perro llevaba el libro en la boca con tal delicadeza, que ni siquiera lo había humedecido. Muchas gracias, Fortuna, le dijo don Salvador acariciando la inteligente cabeza del perro.
Estaba envuelto en el humo azulado, sutil y picante que se escapaba del fogón de los buñuelos; un vaho grasoso, inaguantable, capaz de hacer llorar y toser a los monigotes de la falla Y lo primero que vio al volver de sus ensueños fue un par de viejos que, asomados a la puerta del cafetín, le miraban con sonrisa burlona.
Sólo Sancho, como ya se ha dicho, era el afligido, el desventurado y el triste; y así, con malencónico semblante, entró a su amo, el cual acababa de despertar, a quien dijo: -Bien puede vuestra merced, señor Triste Figura, dormir todo lo que quisiere, sin cuidado de matar a ningún gigante, ni de volver a la princesa su reino: que ya todo está hecho y concluido.
Palabra del Dia
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