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Actualizado: 19 de julio de 2025
Entretanto, Cecilia tocaba al piano unas melodías tristes y melancólicas; pero estaba sola, pues yo había visto a lo lejos a Enrique paseando por una de las alamedas del parque, y, cuando volví al salón, continuaba sola, sentada en un gran sillón, con la frente apoyada en una mano y en los ojos una mirada febril. Se levantó vivamente y se acercó a mí con la sonrisa en los labios.
»En una ocasión volví la cabeza para buscar con la mirada a su padre, y a través del follaje le vi sentado en el mismo sillón de Magdalena y besando las flores que ella había besado también momentos antes.
La lluvia comenzaba a caer. Ella se estremeció. Yo volví a tornar su mano. Quería decirla que ese era el último saludo, que podía dejar su mano en la mía por última vez. No pude hablar. Ella no retiraba la mano, y yo seguía sin pronunciar una sílaba: un tumulto de ideas me confundían... ¿No notaba usted la terrible lucha que ella sentía en su interior?
A las seis de la noche volví á varar, por lo que fué preciso tender espia para sacar la embarcacion, y egecutado, mandé poner faroles en las balizas, que por ser la noche obscura no se veian, y volví á tentar la entrada que conseguì á las ocho de la noche, en cuyo sitio dí fondo, dejar para mañana el saber cual sea el principal Colorado, pues sé que estoy en su entrada.
Yo estaba absorto en la contemplación de tanta maravilla, cuando sentí un fuerte golpe en la nuca. Creí que el palo mayor se me había caído encima. Volví la vista atontado y lancé una exclamación de horror al ver a un hombre que me tiraba de las orejas como si quisiera levantarme en el aire. Era mi tío.
Acaso había dejado la enseñanza y traspasado el colegio; ¿quién sabe? Volví a subir la escalera y llamé. Se abrió la puerta y... un perro viejo, lanudo, Mustafá, en una palabra, se abalanzó a mí, loco de alegría, ladrando, ahullando, gruñendo, saltando... había encontrado al fin un amigo... había encontrado a Amparo.
»No obstante esta respuesta, le volví á instar con otras razones más eficaces que Nuestro Señor me inspiró, que me dejase pasar siquiera á visitar al cacique de los pueblos del Poniente, dándome guías y quien me abriese alguna senda para poder pasar á la ligera.
traduje el pasaje a la letra, diciendo: «Dicho muchas veces el último adiós, todavía me volví a hablarle, y casi separándome la cubrí de besos.» Don León, ruborizado, extendió los brazos exclamando: «¡No, hijo mío, no!
En Corrales volví á tomar el tren del ferrocarril, despues de un trayecto de 49 kilómetros entre ese punto y Reinosa, faltándome otro de 33 para llegar á Santander.
Y si, contemplándolo de cerca, ese beso se dirigía también a otra, ¿qué me importaba? Era tan joven todavía, que no podía pretender semejante cosa para mí sola. Volví una vez más a mi idea predilecta: ¿Qué haría yo si estuviera en el lugar de Marta?
Palabra del Dia
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