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Actualizado: 19 de julio de 2025


Y volví en silencio al aposento en que estaba mi lecho junto al de mis hermanos, y me recogí silenciosamente. Todos dormían. Ninguno me había sentido entrar, como ninguno había sentido salir á Margarita. Sufrí... ¡oh!

Pude observar á la tenue claridad que entraba de la calle, que ponían siempre por delante uno como más fuerte ó resuelto, detrás del cual los otros se guarecían. ¡Fuera! volví á gritar, haciendo molinete con el bastón. ¡Ríndete, perro! me respondieron, sin detenerse en su baile fantástico. Ya no me cupo duda; estaban ebrios.

No volví a poner los pies en el mundo, a lo menos en aquella parte de la sociedad en donde arriesgaba hacerme notar y encontrar recuerdos, que me hubieran tentado.

Volví adonde me esperaban Flavia y Sarto, pensando en el extraño carácter de aquel desalmado, cuyo igual no he vuelto a ver en mi vida. ¡Qué arrogante tipo! fue el comentario de Flavia, que, mujer al fin, no se había ofendido con las expresivas ojeadas de Ruperto Henzar. ¡Y cómo parece sentir la muerte de su amigo! prosiguió.

Haciendo un esfuerzo supremo llegué al lugar donde Ruperto había cambiado de rumbo, e imitándole, volví a verle, en compañía de una muchacha, a la que obligaba a bajar del caballo que montaba. Ella era sin duda la que había lanzado aquel grito. Parecía una campesina y llevaba una cesta pendiente del brazo. Probablemente se dirigía al mercado de Zenda. El caballo era fuerte y de buena estampa.

Atónita quanto alborozada de oir el idioma de mi patria, extrañando empero las palabras que decia aquel hombre, le respondí que mayores desgracias habia que el desman de que se lamentaba, informándole en pocas razones de los horrores que habia sufrido; despues de esto me volví á desmayar.

Volví la cabeza para ver quién me hablaba, y me encontré con el señor Baraton, notario de mi familia. ¿Usted aquí? exclamé; ¿y su estudio? Lo vendí hace tres meses. Soy rico, viudo, tengo sesenta años, he estado casado por espacio de veinte, y durante treinta he sido notario... Creo que ya es tiempo de que piense en divertirme.

Dióme deseo de burlarlo y aprovechóme poco, pues pensando ir por lana volví trasquilado, no saliendo con mi intento.

Desperté, volví á dormir, y torné á despertar y á dormir otra vez y otras ciento, y siempre veía el repleto cucharón de mi tía persiguiéndome y llenando los claros que yo iba haciendo en los platos que me servían sin cesar. En esta lucha cruel me cogió el alba. Salté de la cama, vestíme; y, desayunándome de prisa, corrí á despedirme de la familia que había madrugado más que yo.

Y con aquello algún tanto consolado, tornando a cerrar, me volví a mis pajas, en las cuales reposé y dormí un poco. Lo cual yo hacía mal, y echábalo al no comer. Y ansí sería, porque cierto en aquel tiempo no me debían de quitar el sueño los cuidados de el rey de Francia.

Palabra del Dia

buque

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