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Actualizado: 17 de julio de 2025


Otros magistrados, menos inclinados a la crítica, se disponían a dormir disimuladamente, valiéndose de recursos que les suministraba la experiencia de estrados. Glocester se fue al grano en seguida. La antífrasis, el eufemismo, la alusión, el sarcasmo, todos los proyectiles de su retórica, que él creía solapada y hábil, los arrojó sobre el impío Arouet, como él llamaba a Voltaire siempre.

¡Cómo no ha de haberlas! y de primera fuerza: pregúntaselo a Voltaire. ¿A Voltaire? ¡Qué mal ejemplo has presentado!... ¿Por qué? repuso Ricardo, turbado visiblemente, pero dando a su voz una inflexión destinada a disimular la contrariedad de haber citado por oídas, ya que nunca había leído ni una línea del famoso escritor francés. Porque cuando Voltaire tuvo viruelas llamó al confesor.

Su exterior y sus palabras estaban en armonía con las de casi todos los jóvenes del día; díjome que era verdad que no tenía sino catorce años: pero que él conocía el mundo y el corazón humano, comme ma poche; que todas las mujeres eran iguales, que estaba muy escarmentado, y que a él no le engañaba nadie; que Voltaire era mucho hombre, y que con nada se había reído más que con el compère Mathieu, porque su papá, deseoso de su ilustración, le dejaba leer cuanto libro en sus manos caía.

Ya que nuestros jóvenes no puedan leer facilmente las impugnaciones sólidas, que los Franceses han hecho á Voltaire, á lo menos conviene que vean la que en lengua Castellana se ha publicado con el título: Oráculo de los nuevos Filósofos, donde hallarán por menor descubiertos y rechazados sus errores.

Rigurosamente cierto: Voltaire hizo lo que todos; lo que aquel filósofo positivista que al terminar una conferencia negando la existencia del alma, anunció la próxima, diciendo a su auditorio: «el sábado, si Dios quiere, demostraré que no hay Dios». Por lo visto, eres todo un creyente dijo Ricardo. Yo , ché; ¿para qué negarlo?

Su abuelo había sido un empedernido ateo partidario de Voltaire y la Enciclopedia que a última hora se había entregado a la embriaguez, y según la conseja del pueblo fue arrastrado un día por los demonios al infierno. En realidad murió de combustión espontánea, lo que pudo dar pábulo a semejante fábula.

El nombre de Voltaire, pronunciado con todas sus letras, le hacía estremecer, al mismo tiempo que se alteraban sus ojos inflamados con el lagrimeo de la rabia. -No; señor Vicente; no están. -Me alegro. Porque si estuvieran Voltaire y Garibaldi, yo me marcharía. No podría vivir bajo el mismo techo que esos demonios.

Escribió una sátira contra el regente, y lo encerraron en la Bastilla. Pero me olvidaba de que esa Bastilla cuenta en sus anales un personaje más famoso aún que el mismo Voltaire, para las tradiciones de aquel edificio.

Porque Mourelo andaba todavía a vueltas con el pobre Voltaire; de los modernos impíos sabía poco; algo de Renan y de algún apóstata español, pero nada más.

El siglo XVIII tal vez no fué crítico, burlón, sensualista y descreído porque tuvo á Voltaire, á Kant y á los enciclopedistas, sino porque fué crítico, burlón, sensualista y descreído tuvo á dichos pensadores, quienes formularon en términos precisos lo que estaba vago y difuso en el ambiente: el giro del pensamiento humano en aquel período de su civilización progresiva.

Palabra del Dia

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