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Actualizado: 20 de junio de 2025


Y volaba por los salones recorriendo la larga crujía para llegar hacia la parte del archivo, donde había sonado el grito horrible.... El velón, oscilando más y más en su diestra trémula, proyectaba en las paredes caleadas extravagantes manchones de sombra.... Iba a dar la vuelta al pasillo que dividía el archivo del cuarto de don Pedro, cuando vio.... ¡Dios santo!

No volvió a verla en el mundo de la realidad, por más que la buscó; pero se forjó él otro mundo a su capricho, en el cual la veía a todas horas; porque aquel mundo era para los dos solos, Y viéndola allí y admirándola sin cesar, le parecía que volaba el tiempo que había de correr hasta que la encontrara de veras; porque este encuentro había de ocurrir necesariamente. Lo creía con ciega fe.

Y sentía comezón de hablar y ansias de llorar. ¿Por qué no abría el pecho al amigo del alma, al verdadero, al único? No se lo abrió. «No era tiempo». Para perseguir un bando de peguetas que volaba de prado en prado, siempre alerta, se separaron.

Pasaban otras parejas como ellos; pasaban perros, algún guardia civil acompañando a una criada decente; pastores conduciendo cabras; pasaban también hormigas, y de cuando en cuando pasaba rapidísima por el suelo la sombra de un ave que volaba por encima de sus cabezas. Y ellos charla que charla. Miquis empezó contándole su historia de estudiante, toda de peripecias graciosas.

Los primeros días de su estancia en la clínica volaba cotidianamente a la ciudad, a su oficina; pero después le requirieron quehaceres de más monta, y no atendió ya a su oficina, por falta de tiempo. Era de alta estatura, enjuto; tenía el pelo espeso, muy negro y enmarañado. Era miope y llevaba lentes muy gruesos.

Quizás ni aun sus pies tocaban la cubierta del vapor. Tal era su ligereza que volaba en vez de marchar, y cuando por casualidad se dormía soñaba que nadaba en el aire. Cuando el buque fondeó en el puerto era noche cerrada, y ya habían dado las nueve cuando los pasajeros y sus equipajes llegaron a tierra.

Un ruiseñor volaba infatigable de plaza en plaza, teniendo por bosques las ciudades, y su música divina volvía locas a las gentes, haciéndolas pedir a gritos la República... pero Federal, ¿eh?... Federal o nada.

Si ella corría como una gacela, yo volaba como un pájaro para cogerla más pronto, asiéndola por la parte de su cuerpo que encontraba más a mano.

La fama del rey volaba por el mundo, porque el rey excedió a los demás reyes, habidos y por haber, en ciencia y en riqueza; y no había persona de buen gusto que no desease ver su cara, y sobre todo, los hijos de Israel, a quienes las naciones extranjeras respetaban y temían, por donde vivieron ellos tranquilos y venturosos, a la sombra de sus parras y de sus higueras, desde Dan hasta Beersebá, durante todos los días de aquel reinado.

Con el mismo ritmo con que las chulas cantan «la falda de percal planchá», moviendo las caderas, un alumno cantaba las dificultades del Derecho Natural con tanta gracia, que hasta parecía sonreír el sombrío San Ignacio que volaba en el techo.

Palabra del Dia

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