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Actualizado: 2 de junio de 2025
Llegados aquí, cambié de conversación y me libré de los informes «inspirados» de Jorge. Si los diplomáticos no han obtenido datos más exactos que los de mi amigo, bien puedo decir que, por lo menos en esta ocasión, no ganaron su sueldo. Durante mi permanencia en París escribí a la señora de Maubán, pero no me atreví a visitarla.
Sin embargo, recuerdo que cuando venía a pasar alguna temporada a Sevilla, he jugado con ella en su casa y hemos paseado juntas con frecuencia. Después que entró en el colegio no la he vuelto a ver más de tres o cuatro veces, que fui exprofeso a visitarla con una tía mía y de ella también... Tiene usted buen gusto.
Entre tanto, el joven Isidoro fue tan audaz que se aventuró a venir a visitarla, no ya recatadamente, sino en elegantísima victoria, tirada por dos soberbios trotones rusos, con la cual llegó hasta la puerta del castillo, subió las escaleras, y se empeñó en entrar a ver a la joven condesa. Por fortuna se opuso el aya que le recibió en la antesala. Isidoro dejó tarjeta y se retiró mal contento.
Volvió a Madrid y tardó más de una semana en ir a visitarla. Llegó el día de su santo, y nada, ni un miserable ramo de flores. Entonces, sin darse cuenta, empezó a sentirse mortificada por una impresión, mitad sorpresa y mitad despecho. ¿Habrían sido intencionadas sus bromas y luego desistió de ellas por considerarlas estériles? ¿Jugó con fuego hasta quemarse?
Ni al día siguiente ni en otros tres pareció por el molino. Su desabrimiento en parte era verdadero, en parte fingido. Conveníale saber si Rosa sentía por él algún interés o simpatía, y ningún medio mejor para averiguarlo. Ocho días determinó pasar sin visitarla; pero al quinto ya no pudo contener su impaciencia: así que comió, lanzose al campo con la escopeta al hombro, resuelto a ver a Rosa.
Pues se engaña; no hemos de visitarla ni por una de estas nueve cosas. ¡Que gocen de su lujo y de su dinero! ¡Que luzca Gabrielita sus trapos caros! Para nada necesitamos de ella. ¡Qué gusto! repetían las envidiosas. ¡Qué gusto! ¡Todos los muchachos de aquí salen con cajas destempladas! ¡Mejor! ¡Mejor! ¡Quién les manda enamorar marquesitas! Y bien visto, ¿quiénes son los enamorados?
Tal vez le sería fácil su reconquista viéndolo á solas; pero el otro, como si presintiese el peligro, había dicho que sólo volvería á visitarla en otra casa y en presencia de su esposo. La voz con que afirmó esto y su mirada revelaban una voluntad inconmovible.
A esa señora la he visto después de visitarla otra porción de veces en la calle, y la he saludado. Por lo tanto, me veo en la triste necesidad de manifestarte que lo que acabas de decir es una impertinencia. Cuando he asegurado que conocía a esa señora, es porque la conocía. Yo no hablo nunca a humo de pajas.
Apretóle cariñosamente la mano a la de Martínez, diciéndole: «¡Querida mía!», y manifestó a la García Gómez su desolación profunda por no haberse encontrado el día antes en casa cuando estuvo esta a visitarla. Coraje me dio al ver su tarjeta... Hubiera deseado que charlásemos un rato... Quiero que seamos amigas...
María Antonia Fernández se sentía atraída hacia D. Jacinto por un afecto angelical y todo del espíritu, y se lisonjeaba además de que afecto no menos puro impulsaba a D. Jacinto a venir a visitarla. Sus pláticas eran edificantes y propendían a lo místico, pero María Antonia distaba mucho de caer ni de tropezar siquiera en el error de los alumbrados.
Palabra del Dia
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