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Actualizado: 18 de julio de 2025
Volvió a mirarla fijamente y palideció. «Me han asegurado dijo que usted pretende pasar por hija de mi desgraciada Virginia. ¿Es cierto que usted lo cree así? ¡Oh!, ¡que si lo creo! exclamó Isidora echándose a llorar . Si no lo creyera, no viviría...
Ya pasaron los tiempos de Virginia que, en un trance extremo, prefirió ahogarse mejor que tomar un baño.» Error.
A los dieciséis años, Virginia era una criatura llena de seducciones y de gentileza, con las manos y los pies muy menudos y un cuerpo grácil, que comprendía todos los ritmos y daba vida á todos los disfraces.
El tipo de una perfecta organización de joven, pero ingenua y verdadera en su perfección, de una inocencia instintiva, de un pudor heroico, ese tipo, revestido de la más celeste idealidad, es a Bernardino de Saint-Pierre a quien estaba reservado producirlo; es la deliciosa y conmovedora figura de Virginia, concepción fresca, pura, inimitable, que su ingenuidad y su candor han hecho popular, aunque ella emane de lo alto, aunque su gracia angélica pareciera participar menos de las invenciones de un poeta que de las revelaciones de un dios.
En el asiento posterior, la señora francesa dormitaba también, conservando una actitud de estudiado recato, que se echaba de ver en la posición del pañuelo caído sobre la frente ocultando a medias su rubicunda cara. Otra señora de Virginia City, que viajaba en compañía de su esposo, yacía en un ángulo, arrebujada en un mar de cintas, pieles y abrigos que inundaban por completo su persona.
Ved más allá á Manuel Tamayo y Baus, que no contento con la reputacion que basta á todos los hombres, ha querido conquistar dos, y tomando el pseudónimo de Joaquín Estébanez, ha acometido y llevado á cima con Un drama nuevo la temeraria empresa de eclipsar al autor de Virginia y La Locura de amor.
Alguien, queriendo mortificarla, la dijo, en su cuarto del teatro, que á Leontina, una belleza pomposa y rosada que gozaba entonces de gran popularidad, la llamaban «la Déjazet del boulevard du Temple». A lo que, picada Virginia, contestó: «No me extraña; el duque de Orleans tenía en sus caballerizas un jumento que llevaba su nombre.»
«En efecto dijo sonriendo , es usted muy guapa. ¿Y no halla usted semejanza...? En la Naturaleza replicó Muñoz muy serio se observan fenómenos de semejanza... Sin embargo, usted y Virginia sólo se parecen como dos mujeres hermosas. El cabello..., efectivamente. En los ojos hay algo..., pero no, no es tal la semejanza que pueda inducir a suponer parentesco». Isidora no pudo contener su dolor.
La había visto, como en una página de novela, regando sus claveles en el balcón; se llamaba Cándida, era pequeñita y rubia, habitaba una casita cubierta de enredaderas y me recordaba por la gracia y por lo airoso de su cintura, todo lo que el arte ha creado más fino y frágil: Mimí, Virginia, Julieta... Todas las noches, en éxtasis místico caía a sus pies color de jaspe; y por la mañana, al despedirme, dejaba en su regazo, algunos billetes de cien pesetas.
Una mañana, Virginia Déjazet fué á conocer á Béranger á su retiro de Passy. Allí, cuidando las flores de su jardín, estaba el buen viejo, á quien el público tornadizo casi había olvidado. A su alrededor, los árboles, donde susurraba la suave brisa mañanera, esparcían sombra grata.
Palabra del Dia
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