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Actualizado: 10 de noviembre de 2025


Las bandas de gaviotas viejas, enormes como gallinas, aleteaban con evoluciones de contradanza sobre la tersa superficie.

Salían en grupos las mujeres: las viejas vestidas de negro, esparciendo el interno olor de sus innumerables zagalejos y faldas; las jóvenes erguidas en su estrecho corsé, que les aplastaba los pechos y borraba las curvas salientes de las caderas, ostentando con nobiliario orgullo, sobre el pañuelo multicolor, las cadenas de oro y los enormes crucifijos.

El templo de la danza era, en aquellos tiempos, un amplio salón cuadrado, rodeado de viejas banquetas de terciopelo rojo, en el que se daban cita los hombres más distinguidos de París.

Lo que quise decir y no es poco es que Chaves es un escritor que pasó la frontera, precisamente por lo castizo, por lo apegado á nuestro riñón, por lo que tiene de españolizado, por sus cosas viejas, que son nuestras cosas. Y si esto se estima en el extranjero, ¿cómo no lo habíamos de estimar en nuestra casa! se estima. Lo .

Las más viejas contestaban a este saludo con cierta simpatía, como si adivinasen en ella algo heredado y común que se iba perdiendo en sus propias personas. Las jóvenes miraban con extrañeza a «la buena mujer», acogiendo sus sonrisas como si fuesen de una antigua criada familiar.

En cuanto á los pasajeros, ellos entran y salen de los vapores y los botes ó faluchos, ya llegando hasta la orilla misma, cuando la marea lo permite, ya pasando por una serie de viejas barcas formando puente y que terminan en muelles de madera establecidos hácia el centro del rio.

En el jardín del convento próximo, dos monjas de toca blanca han estado mirándome y hablando entre ellas. ¡Qué idea más rara deben formarse de un marino estas pobres mujeres que no han salido jamás fuera de las tapias de su huerta. Enfrente veo las casas solariegas contempladas por en la infancia, tristes, viejas, negras.

Desde aquel día salieron juntos a correr los museos, las academias, las viejas iglesias, unas veces solos, otras con la señora de compañía, que se esforzaba por seguir sus pasos. Eran dos camaradas que se comunicaban sus impresiones sin pensar nunca en la diversidad de sus sexos.

Aléjate con todas las mentiras viejas de que te han atiborrado el cráneo... ¡ignorante! Su rabia le hizo caer en un sillón, volviendo la espalda al piloto, ocultando su cabeza entre las manos, para dar á entender con este silencio despectivo que todo había terminado.

¿Y porqué me iba a agitar? ¿No se realizaba mi sueño más querido? ¿No se abría para mi un porvenir que no empañaba la más leve nubecilla. Así, confusamente reparé en algunas señoras de edad que me sonreían al pasar, y sentí una inmensa lástima por ellas, al ver que eran demasiado viejas para casarse.

Palabra del Dia

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