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Actualizado: 17 de octubre de 2025


Mientras tanto, la llegada de Currita había producido un murmullo general y unísono en que se hermanaba la obscena chocarrería que con un guiño truhanesco cambiaron entre los lacayos del vestíbulo, con las pulcras y aceradas observaciones que se comunicaban al oído las damas más relamidas que llenaban los salones.

Y Susana se entristecía, viendo que la reconciliación no era sellada con un abrazo fraternal; allí estaban las dos, hablando de cosas indiferentes, como personas extrañas; ¡y cuánto tenían que decirse, sin embargo! ¿no valía más explicarse de una vez? ¿por qué se mostraba tan intratable la madre, cuando la otra había dado, la primera, el gran paso? ¡Por Dios! cuántas ilusiones se forjara en los breves instantes que la tía Silda estaba en la casa; cuando la descubrió en el vestíbulo, parada, como una evocación; cuando la vió darse la mano con su madre... ¡Era su magna empresa realizada! el Señor la había escuchado, y su corazón latía de amor y de esperanza.

Y consideró que se perdería definitivamente, en el espíritu de Adriana, si no era capaz de aquella decidida entereza. Ella al entrar le miró con naturalidad, y murmurando un breve: "¿Cómo está, Muñoz?", cruzó el vestíbulo.

Gallardo acabó por tranquilizarse con estas palabras; el recuerdo de las antiguas privaciones le hizo ser tolerante con la pobre mujer. Bueno; que se quedase la tuerta, y que ocurriese lo que Dios quisiera. Y atravesando el patio casi de espaldas para no encontrarse con el ojo temible de aquella hembra de mal agüero, el matador fue a refugiarse en su despacho, inmediato al vestíbulo.

Atravesó el vestíbulo, donde se amontonaban los abrigos, sacó rápidamente el suyo y salió, huyó, sin haberse despedido de nadie y en un estado de exaltación indescriptible. Las calles del Socorro estaban desiertas.

Don Simón le condujo hasta el vestíbulo; y echando una mano al pasador de la puerta de la escalera, le dijo muy serio: Como yo nunca miento, creo siempre a los hombres por su palabra. Creyendo las de usted, le abrí mi corazón y las puertas de mi casa. Hoy he sabido que no es usted digno del uno ni de la otra, y le planto de patitas en la calle. Y abrió la puerta de par en par.

El tiempo corría, mientras tanto, sin ninguna nueva emoción; las anteriores iban calmándose un poco, Juana y su madre, tomadas de la mano y sin hablar sentíanse como adormecidas por un suave entorpecimiento de los sentidos. Era un poco más de las cinco de la tarde, cuando Juana se enderezó repentinamente; había vuelto a oír resonar el timbre del vestíbulo. Esta vez ... ahí está dijo.

Al llegar al vestíbulo del primero, oyeron grandes carcajadas.... Era en la cocina. Era la carcajada eterna de Visita. ¡Están en la cocina! dijo Mesía asombrado y recordando otros tiempos. Oye observó Paco ¿no esperaba Visita a Obdulia en su casa para hacer empanadas y no qué mas? , ella lo dijo. Entonces... ¿cómo está aquí Visitación? ¿Y qué hacen en la cocina?

Quiere alcanzar a su hermano para consolar su corazón con algunas palabras de ternura y de reconocimiento, pero oye los pasos de Martín repercutiendo ya abajo, en el vestíbulo. Es demasiado tarde. Antes de meterse en cama necesita calmarse. Apaga la lámpara y abre una de las hojas de la ventana. El aire fresco de la noche, que le acaricia el rostro, le produce bienestar y lo apacigua.

Y prueba de que la cazuela es también paraíso la ofrecen los mismos teatros de este mundo, en los cuales se dice indistintamente paraíso y cazuela. El purgatorio es como el vestíbulo del celestial coliseo, lugar de los que deben esperar con la natural impaciencia.

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