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Actualizado: 5 de junio de 2025
Y este trono ocupó doña Ramona desde el día siguiente; y allí la vieron con admiración los marchantes, rígido y empinado el cuerpo vestido de obscuro, casi negro; medio cubierta la cabeza con su cofia; las cejas enarcadas; los sombríos ojos clavados, por detrás de los cristales de las gafas, en las manos de piel lívida, como la de la cara; la calceta y las agujas entre los dedos, y sin otras señales de estar viva que el movimiento vertiginoso de las manos y tal cual mirada zurda que lanzaba por encima de los anteojos, bajando un poco la cabeza, cuando alguien entraba o salía, o mientras tiraba con la diestra del hilo que terminaba en un grueso ovillo que andaba rodando, tan pronto sobre el mostrador como encima del felpudo, o hecho una maraña entre las uñas de un gato, debajo de la silla.
No pararon aquí las desdichas, y más acá de la Puerta de Hierro, ya cerca de los Viveros, el corcel de Frasquito, que sin duda estaba ya cargado del vertiginoso girar con que las bicicletas pasaban y repasaban delante de sus ojos, sintiéndose además mal gobernado, quiso emanciparse de un jinete ridículo y fastidioso.
Esa tranquilidad, ese sosiego inmenso que se expandía sobre todo, esa inalterable calma de la atmósfera, esas luces inmóviles y esas grandes sombras, producían en uno la impresión de una pausa en el movimiento vertiginoso de siglos, de una espera intensa, de un momento de reflexión, o más bien quizá, una mirada de melancolía hacia el lejano pasado, cuando los astros, seres humanos, razas y religiones no existían.
Era el acopio cuotidiano de la Vega y de las dehesas de los contornos, acudiendo a la ciudad por aquel puente vertiginoso que el sol matinal sobredoraba. Era toda la serna, toda la nava, toda la sizla con sus olores rústicos, sus balidos, su campanilleo, sus cantares. A veces, por unos pocos ochavos, el joven avilés tomaba de los cestos algunas uvas de Mozamboroz o Ajofrín, enfriadas por el rocío.
Por entre los trigos corría un perro de caza del cual se divisaba solamente su cola, agitada con movimiento vertiginoso; alguna vez aparecía su cabecita de color canela. El sol moribundo, con resplandores rojizos, esparcía sus rayos oblicuos por las eras. El Guadarrama sin relieve alguno parecía una larga mancha violácea pintada con difumino sobre un fondo lechoso.
Palabra del Dia
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