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Actualizado: 6 de junio de 2025
Y ensalzó la inaudita hazaña de este jefe de familia. Era el comandante del submarino que había torpedeado á uno de los más grandes trasatlánticos ingleses. De mil doscientos pasajeros que venían de Nueva York, estaban ahogados más de ochocientos... Mujeres y niños habían entrado en la destrucción general.
Luego de la comida iba a efectuarse en el salón el reparto de premios a los triunfadores en los juegos olímpicos y a las señoritas que se habían presentado con mejores disfraces en la fiesta del paso de la línea. Después de esta ceremonia empezaría el concierto, para el cual venían haciéndose tantos preparativos desde una semana antes.
El sueño traía impíos disparates, ideas que eran profanaciones, y se desechaban para atenerse a los pecados veniales con que brindaba la realidad ambiente. Miradas y sonrisas, si la distancia no consentía otra cosa, iban y venían enfilándose como podían en aquella selva espesa de cabezas humanas. Se tosía mucho y no todas las toses eran ingenuas.
Salieron á recibirlos al campo como á los otros; pero solo venian 40 de los mas principales, y á la cabeza de ellos D. Juan de Dios Rodriguez, y luego que entraron en la plaza, se mandó repicasen las campanas, pasando despues á hospedarse en la casa del que los conducia, donde fueron bien regalados y asistidos.
Estando los Capitanes fuera del fuerte, llegaron muchos esquifes que venían del armada, y tomando la vuelta de las galeras, el Capitán Clemente, que estaba por cabeza de la gente que allí estaba, mandó que tomasen todos las armas. Viendo esto D. Alvaro le preguntó qué quería hacer. El Clemente respondió que pelear y defender las galeras.
Suprimió las cartas. Serafina, a las pocas semanas, se quejó con el esoterismo epistolar de costumbre; pero Bonis no se dio por enterado, y acabó por no leer siquiera las cartas que venían de la Coruña primero, y después de Santander.
Las cepitas talladas de color rosa, que parecían flores, iban y venían sobre la mesa, tan pronto llenas como vacías. La temperatura subía en el comedor. El vaho ardoroso de la comida, el calor de los cuerpos, en los que empezaba la digestión, y lo agitado de las respiraciones, parecían caldear el ambiente.
Los franceses enviaron gente á estas islas en la última guerra, para asegurar un puerto á sus navios, que venian de las Indias Orientales para el mar del sur, carrera necesaria para libertarse de los corsarios ingleses. Bougainville, su propietario, y la permision de vender en Buenos Aires algunas mercaderias compradas con este dinero en Rio Janeiro.
Parecieron, en esto, que por el patio venían, hasta seis dueñas en procesión, una tras otra, las cuatro con antojos, y todas levantadas las manos derechas en alto, con cuatro dedos de muñecas de fuera, para hacer las manos más largas, como ahora se usa.
Era una plaza enorme de agua á la que afluían todas las calles; pero su área resultaba insignificante para el tráfico marítimo, y ocho puertos nuevos venían á cubrir toda la ribera Norte de la bahía.
Palabra del Dia
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