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Actualizado: 14 de julio de 2025
La veían partir con sentimiento, y ella por su parte les abandonaba con tristeza, porque la tertulia era el encanto de su vida, y el charlar de cosas de gobierno la más regalada comidilla de su travieso espíritu. ¿Nombraremos a aquellos señores?
Marta, al entrar en la lancha, había perdido los vivos colores de las mejillas. El sol se acercaba cada vez con más prisa al horizonte. Las señoras veían con recelo crecer la sombra en el cielo como en el mar, dirigiendo miradas inquietas a los marineros. Las frecuentes viradas que las lanchas hacían les retrasaban extraordinariamente.
Decían lo segundo, no menos atrevidos que injuriosos, que aunque en la Iglesia se veían tantos ministros graves, doctos, celosos y virtuosos, todo era para tener, o ganar lucimiento, autoridad y aún que comer, desacreditando con esto la virtud verdadera, por más que la solidez de la humildad, pobreza, entereza y desinterés dieran voces al corazón contra tan impía mentira.
Ya puede comprenderse con cuánta alegría veían ambas mujeres la llegada del loco; era para ellas una verdadera calamidad. Ahora bien: aquel año, no habiendo vuelto Yégof, las dos hermanas le creyeron muerto, y se regocijaron con la idea de no verle más.
¡No le diga, no le diga!... a Sol que se levantaba como para avisarle. Venía Lucía con paso lento, y Ana y Sol, que conocían las habitaciones de la casa, sabían que era ella quien venía. Volvió Sol a su asiento. Juan hizo como que hablaba muy animadamente con Ana y con ella. Lucía llegó a la puerta. Los vio sentados juntos, y como que no la veían.
Cervantes, leído por Quevedo, ganaba; el chiste se hacía irresistible; la joven se reía con toda su alma. Se nos olvidaba decir que la joven tenía en la mano derecha, abandonada sobre la falda, un cuaderno de papel en que se veían escritos versos. A la cabeza de aquellos versos se leía: «Doña Estrella en la Estrella de Sevilla». Dorotea.
Donde quiera que se levantaban los ojos se veían siempre enormes cometas de papel, ora en forma de dragones, ora de cetáceos o aves fabulosas, llenando el espacio de una inverosímil legión de monstruos transparentes y ondeantes. ¡Sa-Tó, basta de ciudad tártara! Vamos a ver los barrios chinos. Y allí fuimos, penetrando en la ciudad chinesca por la parte populosa de Tchin-Men.
En él se veían algunas palabras escritas con el zumo de una planta. Leed, señor Cornelio le dijo, intregándole el pedazo de papel. El joven lo estiró, y leyó: "Prisioneros de los salvajes. Nos llevan hacia el Durga. Van-Stael." ¡Han sido sorprendidos y hechos prisioneros exclamó Horn ; ¿pero, por quiénes? ¿Por los papúes o por los arfakis? ¿Los harán esclavos, o se los comerán?... ¡Uri-Utanate!
Tampoco se veían sus caballos pastando la hierba rala de los alrededores. Manos Duras se había ido.
Los diez hombres que con el Teniente Llaca se habían desmontado volvieron á subir á sus caballos respectivos. Pocos minutos después, ya se veían numerosos grupos de alzados los cuales se encontraban acampados en el centro de un llano rodeado completamente de monte.
Palabra del Dia
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