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Excepto la entrada de los emigrados en la plaza del Vaticano, entre un bullicio indefinible de pueblo y millares de hachas encendidas, así como la iluminacion instantánea de la cúpula de la gran Basilica en la noche de San Pedro: exceptuadas estas dos ocasiones, repito, no he experimentado nunca un sentimiento en que más participara de esa especie de éxtasis con que adormece nuestro ánimo la percepcion de lo maravilloso.

Pues qué, amados míos, ¿hemos de contribuir para que se emplee nuestro dinero contra nuestra conciencia? ¿Pediremos al Señor ánimo para el trabajo, y su fruto será para escarnecerle? ¿Queréis que sirvan nuestras riquezas o jornales para que los malos gobernantes paguen suntuosos embajadores que adulen a los carceleros del Santísimo Pontífice, que apacienta el rebaño de Cristo desde su lecho hediondo de paja en un calabozo del Vaticano, antes trono de su preponderante sabiduría? ¡No, y mil veces no, hermanos míos!

Bronces antiguos, raras porcelanas, macetas de Pompeya con plantas tropicales, lámparas árabes, persas y romanas, igual una de estas a la célebre di capo danno del Museo Vaticano; bustos, cuadros, estatuas, yelmos, espadas, partesanas y armaduras completas de varias épocas rodeaban cual páginas sueltas de la historia de todos los tiempos el caballete de Currita, que, colocado en luz conveniente, parecía recibir un reflejo de la luz del cielo, que el grandísimo tuno de Celestino Reguera aseguraba ser el mismo, mismísimo que derramaba en otro tiempo el grupo de las nueve musas sobre las frentes de Rafael, Velázquez y el Ticiano.

Y como es natural que el remedio sea más grande donde es más grande el mal, según ocurrió en la revolución francesa, si los países latinos aventajaran a los anglosajones en desprenderse completamente de ese enervante y costoso gobierno de las conciencias por el Vaticano, como lo ha iniciado la Francia, recobrarían, en el futuro, el terreno perdido en el pasado.

A principios del año 1870 el Papa Pío IX recibió, por medio de las maravillosas vías diplomáticas que posee nuestra Santa Iglesia, informes secretos anunciándole que las tropas italianas tenían la intención de bombardear y entrar a Roma, como también saquear el palacio del Vaticano. Su Santidad confió sus temores al gran cardenal Sannini, su favorito, que era entonces el tesorero general.

La presencia de monseñor Galli, de Rimini, su entrevista clandestina con Dolly, fue, como hemos sabido después por propia confesión de ella, para ver de cerciorarse de algunos datos concernientes a los últimos actos y movimientos de su padre, pues se había sabido que pocos meses antes había vendido en París, a un comerciante en el ramo, el histórico crucifijo de piedras preciosas usado por Clemente VIII, que fue depositado en el tesoro del Vaticano después de su muerte, el año 1665.

Gestionaba un título del reino, y por o por no se lo daban, y para ganar tiempo, otro del Vaticano, negocio más hacedero. En resolución, que los Neira querían hombrearse con los Somavia. Al oír la duquesa al señor Chapaprieta, comentó: «El Papa no puede hacer nobles.» «Claro que no dijo Barquín ; el Papa sólo puede hacer santos.

Todo esto se guarda en el tesoro del Vaticano, y constituye una colección de riquezas no igualadas por todos los millones de los modernos millonarios.

Sabía muy bien, por cierto, que siendo uno de los conocedores del secreto, el cual sabemos hoy que lo constituye el tesoro del Vaticano, era indispensable que mi padre dejara en sus manos la administración de mis bienes, y, por lo tanto, tomó todas las precauciones para asegurar, a su muerte, la completa posesión de ellos.

Estas injurias vengará la mano Del fiero Atila en tiempos venideros, Poniendo al pueblo tan feroz Romano Sujeto á obedecer todos sus fueros, Y portillos abriendo en Vaticano: Tus bravos hijos, y otros estrangeros Harán que para huir vuelva la planta El gran Piloto de la nave santa.