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Actualizado: 25 de octubre de 2025
Recuerdo que le observé durante los breves momentos que estuvo, de pie en frente de Agustín, acabando un cigarro y contando los luises que había ganado entre dos valses, y acaso no hago bien confesándole a usted que el contraste del aspecto, del traje y de la rigidez un poco escolásticos de Agustín me entristeció por razones casi vulgares.
Recordaban los rigodones en el pabellón de la Agricultura y los alegres valses en el del Comercio; pensaban en los trajes que les había traído la modista francesa, y que guardaban intactos para dar golpe en la Alameda en la primera noche de feria, y hasta sentían su poquito de maligna alegría considerando el efecto que su elegancia causaría en las amigas.
Los había también modernos o modernizados, donde sonaban en el piano los valses de moda o los trozos más notables de las zarzuelas estrenadas en Madrid recientemente, cuando no se cantaba el Vorrei morir, o La stella confidente, u otra de las piezas que los italianos componen para recreo de las familias sensibles de la clase media.
La tarde llegó; después de comer, el señor de Maurescamp jugaba un rato con su hijo Roberto en el pequeño salón botón de oro, de su mujer, y en seguida iba, como era su costumbre, a fumar un cigarro al boulevard. Juana continuó ejecutando febrilmente en el piano, una serie de valses y mazurcas, mientras que su hijo, vestido de blanco y con cinturón punzó, daba saltos con su aya inglesa y Toby.
Por lo general, no hay tertulia o reunión para divertirse donde no se baile o se juegue a los naipes. Sin tresillo para los viejos y sin polkas y valses para los jóvenes, todos por lo común se aburren. Es de admirar, por lo tanto, una tertulia, como la de nuestra Condesa, donde sólo con charlar se divertía la gente.
La vista de tierra despertó en Antonio el dolor y el espanto adormecidos. ¿Qué dirá mi mujer? ¿Qué dirá mi Rufina? gemía el infeliz. Y temblaba como todos los hombres enérgicos y audaces, que en el hogar son esclavos de la familia. Sobre el mar deslizábase como una caricia el ritmo de alegres valses. El viento de tierra saludaba a la barca con melodías vivas y alegres.
Le placía que alabasen a Isabel, y se daba tono acompañándola en el paseo y bailando con ella todos los valses y rigodones que se tocaban en los saraos del Alcázar. Pero, cumplida la obligación del hombre formal, respiraba con libertad y me iba a buscar para jugar unas carambolas al billar, en lo que, sin duda, se deleitaba mucho más. Villa andaba celoso de esta nueva amistad.
Aquella impresión seria no le sentaba, y hubiera podido decirse, que estaba aburrido. Me confirmé en esta opinión, observando que trataba de ahogar algunos intempestivos bostecillos. Entonces fue cuando me acordé de pronto, de la satisfacción que yo sentía siempre que él tocaba sus valses y sus danzas.
La vivaracha joven tocó una tanda de valses y llamó al pollo desconocido, nombrado Lisardo, según creo, para que le volviese las hojas. Don Alejandro, mientras tanto, paseaba a grandes trancos por el salón, con su aspecto sombrío.
Al salir de la casa había cerrado ya la noche, y toda la vida del antiguo campamento parecía reconcentrarse en el boliche. Su doble puerta extendía sobre el suelo dos rectángulos rojos, que eran la iluminación más fuerte del pueblo. Los parroquianos venerables bebían de pie junto al mostrador, un español tocaba el acordeón y otros trabajadores europeos bailaban con las mestizas valses y polcas.
Palabra del Dia
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