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Actualizado: 6 de junio de 2025
Como recuerdo de los personajes de blanca peluca y las damas de anchuroso guardainfante que habían pasado por ella, quedaban algunos bustos clásicos en los rellanos, una baranda de hierro forjada á martillo y varios farolones de oros borrosos y vidrios turbios. Se detuvieron en el primer piso, ante una fila de puertas algo carcomidas por los años. Aquí es dijo Freya.
Allí contempló otro rostro, el de un hombre ya entrado en años, pálido, delgado, con fisonomía de quien se ha dedicado al estudio, ojos turbios y fatigados por la lámpara á cuya luz leyó tanto ponderoso volumen y meditó sobre ellos. Sin embargo, esos mismos fatigados ojos tenían un poder extraño y penetrante cuando el que los poseía deseaba leer en las conciencias humanas.
Tras de un rato, al agacharse a atizar las astillas, le pareció que sus ojos turbios veían en el suelo, delante del hogar, algo que tenía la apariencia de oro. ¡Del oro! su oro devuéltole tan misteriosamente como le había sido robado. Entonces sintió que su corazón se ponía a latir con violencia, y durante algunos instantes fue incapaz de avanzar la mano para tomar el oro recuperado.
El comedor era una vasta cámara, más vasta que cómoda y elegante, y sus muebles toscos y ennegrecidos, y sus grandes cortinas de colores marchitos, y los cristales turbios y emplomados de sus balcones, mostraban claramente que el viejo conde se curaba poco del aliño de la casa, y que el nuevo no la habitaba mucho tiempo.
Y miraba a Maltrana con súbito rencor, cual si le irritase verlo rodeado de los lujos de un gran trasatlántico, mientras ellos, hombres ricos, habían ido a América sufriendo hambre en buques de vela. Un señor malhumorado el tal Manzanares, de esquelética delgadez y el bigote gris caído sobre las mandíbulas salientes. Sus ojos turbios sólo se animaban con los fulgores de la rabia.
Andrés, entonando un aire del país, obedeció, saltando de un brinco sobre el umbral de la puerta; pero su madre, al ver aquella expansiva jovialidad en momentos tan supremos, fijos en él sus turbios ojos mientras atravesaba el angosto pasadizo, abandonó insensiblemente la aguja, y dos arroyos de lágrimas corrieron por sus tostadas mejillas. ¡Pobre hijo del alma! murmuró con voz trémula y apagada.
Frío con el pavor tendí los brazos a donde estabas tú... tú ya no estabas, y sólo hallé a mi lado un esqueleto, y al tocarle osado, en polvo se deshizo, que violento llevose al punto retronando el viento. Yo desperté azorado; mi cabeza hecha estaba un volcán, turbios mis ojos; mas logro verte al fin, tierna, apacible, y tu sonrisa calma mis enojos. LEONOR. ¿Y un sueño solamente te atemoriza así?
Detúvose allí la mendiga, examinando con su vista de lince el zanjón, por donde el agua se despeña con turbios espumarajos, y las huertas, que a mano izquierda se extienden hasta el río, plantadas de acelgas y lechugas. Aún siguió más adelante, pues sabía que al africano le gustaba la soledad del campo y la ruda intemperie.
Ella abrió los ojos aun turbios y vagos, y contestó, muy quedo también, pero claro: Aquí estoy, Don Ignacio. ¿Dónde está usted? Aquí..., aquí mismo..., ¿no me ve usted?, aquí, a su lado.... Sí, sí, ya veo.... ¿Es usted? Explíqueme usted este... este milagro, Lucía, por lo que más quiera. ¿Cómo vino usted aquí?
Palabra del Dia
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