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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Por las mañanas, al despertar en él, se veía envuelto en una atmósfera, verdosa y suave, lo mismo que si hubiese dormido en el fondo de un lago encantado. El sol trazaba sobre la blancura del techo y de las sábanas una red inquieta de oro, cuyas mallas se sucedían incesantemente: era el reflejo del agua invisible.
Don Acisclo, con arreglo a sus doctrinas de hacer ganar a su amo ganando él, trazaba ya el plan económico para el manejo de los millones.
Las dos mujeres callaron, consternada y atónita la joven, aburrida la vieja. Como había pasado algún tiempo desde su llegada al término de la caverna, los ojos de entrambas comenzaron a distinguir confusamente la silueta del gran disco de madera, que trazaba figura semejante a las extrañas aberraciones ópticas de la retina cuando cerramos los ojos deslumbrados por una luz muy viva.
No busquemos pues en nuestros anales eclesiásticos memorias de grandes abadías émulas de las que hemos nombrado; todo por el contrario induce á creer que para citar algo de lo conocido que dé una idea aproximada de lo que podrian ser los monasterios nuestros en las provincias dominadas por los infieles, en la época misma en que se trazaba el suntuoso plano de la abadía de S. Galo, habria que acudir á las primeras casas de la reforma cisterciense, en las cuales, prescindiendo de toda constitucion y reglamento particular, se vivia estrictamente segun la regla de S. Benito, consagrando el dia á la oracion, al estudio y al trabajo corporal, labrando los monges la tierra por sus propias manos, y empleándose personalmente en toda clase de faenas dentro y fuera de la casa, sufriendo las inclemencias de las estaciones, sin criados y familiares que les llevasen la pesada carga del servicio cotidiano y mecánico.
Así, pues, siguió cada día con más decisión por la senda que su novia le trazaba, sin hacer caso de las bromas que los compañeros le daban en la Fábrica, pues que en otros sitios, como no fuese en su casa, en la de don Mariano o en la iglesia, era difícil echarle la vista encima. ¡Me has convertido en un beato! le decía a veces a su ídolo a modo de cariñosa reconvención. ¿Y qué; te pesa, pícaro?
Tenía el corcovadito ciertas aptitudes para el dibujo, cierto espíritu observador, y en dos por tres, de un rasgo, con dos o tres líneas trazaba la silueta de un buey o de una vaca, sus animales predilectos, predilectos porque les tenía miedo.
Sobre un rostro exangüe, con el mentón agudo como un puñal, el español trazaba unos ojos casi redondos y á cada pupila le asestaba una pincelada blanca, un punto de luz... el alma. Luego, plantándose ante el lienzo, clasificaba esta alma con su facundia inagotable, atribuyéndola toda clase de conflictos y crisis.
Después me lanzaba al azar por los bosques y me trazaba nuevos senderos apartando con las manos las ramas húmedas y los arbustos espinosos. Entonces me placía recorrer los lugares donde el hombre no tiene la costumbre de penetrar, de tal modo estaba poseído del sentimiento que llenaba mi alma y de tal modo temía ser distraído de él.
La mano fina, aristocrática, trazaba rayitas paralelas en el margen de una cuartilla, después, encima, dibujaba otras rayitas, cruzando las primeras; y aquello semejaba una celosía. Detrás de la celosía se le figuró ver un manto negro y dos chispas detrás del manto, dos ojos que brillaban en la obscuridad. ¡Y si no hubiese más que los ojos!
Hasta entonces al menos ninguna había logrado tomar de su bolsillo más que lo que en cuenta corriente había destinado a este ramo exquisito de sus placeres. A fuerza de experiencia y de cálculo, cuando emprendía alguna nueva conquista, sabía de antemano lo que iba a costarle; trazaba su presupuesto con la exactitud de un experto maestro de obras.
Palabra del Dia
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