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Actualizado: 12 de junio de 2025


Para manifestar hasta dónde llegaba la sabiduría enciclopédica de doña Bárbara, estimulada por el amor materno, baste decir que también le traducía los temas de latín, aunque en su vida había ella sabido palotada de esta lengua. Verdad que era traducción libre, mejor dicho, liberal, casi demagógica.

El envidioso asombro que aquellos muebles le inspiraban, se traducía en movimientos nerviosos y gestos desabridos; desparramaba las miradas por la estancia, y en seguida se le contraían los labios y se le dilataban las ventanas de la nariz. ¿No era una desesperación que andando por el mundo hombres capaces de gastarse aquello, hubiese mujeres como ella que, aun siendo pródigas de su cuerpo, tenían que vivir entre hambre y remiendo?

Y era por la noche, según los dichos de cocina adentro, que elevaba Pepa hasta su señor sus quejas y obtenía el desagravio de las ofensas hechas, que se traducía al día siguiente en tempestad tan violenta, que parecía desplomarse la casa.

Un intento de aproximación y de confidencia se traducía como amenaza de inmediatas peticiones. Los de menos fortuna, que hasta entonces habían gastado pródigamente, con la facilidad que proporciona el crédito, comenzaban a restringir sus necesidades extraordinarias en el comedor y en el fumadero.

El señor de Sieboldt me hacía admirar su enciclopedia japonesa en noventa y dos tomos, o me traducía una oda del Hiah-nin, obra valiosísima que había sido publicada bajo los auspicios de los emperadores japoneses, y donde están las biografías, los retratos y fragmentos líricos de los cien poetas más famosos del Imperio.

Y volvía monótona, repitiendo el tema, y la mujercita, que no sabía interpretar la página clásica del maestro italiano, traducía en cambio a maravilla la enervante molicie amorosa, los poemas incendiarios que en la habanera se encerraban.

Los constructores de la escollera le ordenaron, valiéndose de gestos, que suspendiese el trabajo de acarrear grandes piedras. Los obreros que las acoplaban se habían marchado, y el universitario que traducía las órdenes no apareció en todo el día.

Aun cuando el señor Desmarest se halla establecido en la casa sobre el pie de un San Juan Boca-de-oro, á quien se sufre la mayor independencia en el lenguaje, el apóstrofe había sido demasiado vivo para no causar entre los asistentes un sentimiento de malestar que se traducía por un silencio embarazoso. La señora de Laroque lo rompió diestramente, preguntando á su hija si habían dado las ocho.

Sabía música, pero había ido al teatro pocas veces; así que las melodías inspiradas de la ópera de Bellini le causaban profunda impresión, que se traducía por un leve temblor de las pupilas y los labios. Cuando llegó el sublime canto del tenor que empieza A te, oh cara, me apretó con fuerza la mano exclamando por lo bajo: ¡Oh qué hermoso! ¡oh qué hermoso!

Á la sombra de aquella casa patriarcal fué creciendo la pequeña Juana, no sólo de cuerpo, sino también en virtudes hasta llegar á ser una especie de santita. Su fervor se traducía en interminables oraciones que mascullaba al paso que atendía á sus quehaceres, y para ella no había felicidad como ir á la iglesia.

Palabra del Dia

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