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Para manifestar hasta dónde llegaba la sabiduría enciclopédica de doña Bárbara, estimulada por el amor materno, baste decir que también le traducía los temas de latín, aunque en su vida había ella sabido palotada de esta lengua. Verdad que era traducción libre, mejor dicho, liberal, casi demagógica.

Pág. 115. La confusion de ideas acarrea grandes perjuicios á las ciencias: pero el aislamiento de los objetos es causa tambien de mucha gravedad. Uno de los vicios radicales de la escuela enciclopédica fué el considerar al hombre aislado, y prescindir de las relaciones que le ligan con otros seres.

Pues ahora también me gusta. Ya, saturado de sabor local, he comenzado a ir a la tertulia de Zapiain, el relojero y corredor de comercio, el antiguo dueño del Cachalote. La relojería es una academia enciclopédica, un gimnasio ateniense. Allí se ha discutido de todo lo divino y humano, y, entre lo no divino, una de las cuestiones más debatidas ha sido la formación de Lúzaro.

La palabra poesía deriva del griego, y si hemos de dar crédito á los filólogos, significa crear, componer, fabricar, hacer, construir, en fin, es una verdadera palabra enciclopédica, que representa dignamente á la potencia creadora por escelencia, que á la manera del Creador sobre el barro, sopla sobre una idea invisible, le forma y vida, y la inmortaliza por los siglos de los siglos, sin el auxilio de la reproduccion.

La 16a edición se publica en 2009 como "una obra de referencia enciclopédica que cataloga todos los 6.909 idiomas vivos del mundo", con una versión impresa y una versión web. Miles de lingüistas en el mundo entero han contribuido a esto proyecto de investigación, con una nueva edición aproximadamente cada cuatro años.

Al fin esa juventud que se esconde con sus libros europeos a estudiar en secreto, con su Sismondi, su Lherminier, su Tocqueville, sus revistas Británicas, de Ambos Mundos, Enciclopédica, su Jouffroi, su Cousin, su Guizot, etc., etc., se interroga, se agita, se comunica, y al fin se asocia indeliberadamente, sin saber fijamente para qué, llevada de una impulsión que cree puramente literaria, como si las letras corrieran peligro de perderse en aquel mundo bárbaro, o como si la buena doctrina perseguida en la superficie necesitase ir a esconderse en el asilo subterráneo de las catacumbas para salir de allí compacta y robustecida a luchar con el poder.

Esto me puso disgustado. Me imaginé que Castro Pérez era uno de esos abogados viejos, peritísimos en cuestiones de Jurisprudencia, pero en lo demás unos ignorantes de tomo y lomo; un señorón de aldea, pagado de su fama y de su ciencia, de esos que suspiran por todo lo antiguo, y que siempre están mal dispuestos para todo lo nuevo; un fantasmón iracundo, gruñón, de esos que ven con desconfianza a los jóvenes, y que se complacen en censurar a todas horas la educación enciclopédica de estos tiempos, la cual, si bien no produce sabios a granel no cría fátuos, como tantos viejos que yo conocía, encastillados en su saber hipotético, muy vanidosos y engreídos con su ciencia; ciencia exígua y mezquina que les conquista en el pópulo vil admiradores y monaguillos de amén que aprueban cuanto dicen los Sócrates de aldea, así suelten éstos el mayor disparate.