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Actualizado: 2 de mayo de 2025


De pronto, el frío de la habitación mordía en sus carnes, despertándola de este ensueño tropical. De un último salto iba á refugiarse en los brazos de él. ¡Oh, mi argonauta amado!... ¡Tiburón mío! Se apelotonaba contra el pecho del navegante, acariciándole las barbas, empujándolo para incrustarse en el diván, que resultaba estrecho para los dos.

Mucho tiempo después de estar separadas sus grandes vísceras, producen las masas informes del tiburón terribles contracciones que algunas veces han sido bien funestas, pues el poco conocimiento ó la imprudencia han sido causa de que algunos pasajeros hayan perdido un pie ó una mano, entre mandíbulas que creían desprovistas de fuerza vital.

Después sirvieron deliciosas fibras de aletas de tiburón, ojos de carnero con picado de ajo, un plato de nenúfares en compota, naranjas de Cantón, y, en fin, el arroz tradicional, el arroz de los abuelos. Todo esto con la ayuda de unas cuantas botellas de excelente vino de Chao-Chigné.

Bien, joven, puesto que usted lo ha resuelto, separémonos; pero usted me hará justicia algún día... ¡Vea usted la situación a que me veo reducido! ¡Todo lo he perdido! Y mientras don Eleazar se lamentaba, todos lo oíamos en silencio, como consternados por la horrible desgracia de ese hombre providencial que engullía como un tiburón, en medio de la catástrofe de su fortuna.

Desde que nos separamos del yate, venía siguiéndonos un enorme tiburón que parecía acechar el momento en que alguien cayese al agua. Es un milagro que no haya intervenido en la pelea... El movimiento de los barcos, los gritos de los canacos y la rapidez de la acción le habrán espantado.

Preténdese que aun separados prosiguen sus amoríos, y que el fiel tiburón, enamorado de su compañera, la sigue hasta que pare, ama á su presunto heredero, único fruto de aquel enlace, y jamás, jamás se lo come, sino que le acompaña siempre y vigila sus pasos, y, caso de peligro, este padre excelente se lo traga y le da abrigo en su anchurosa boca, pero no lo digiere.

Antes de que el capitán pudiese responder, ella continuó, con una voz infantil: ¡Mi tiburón! ¡Mi lobo marino, que me ha hecho esperar hasta estas horas!... ¡Júrame que no me has sido infiel!... Deja que te respire. Yo percibo en seguida la huella de otra mujer. Oliéndole las barbas y el rostro, su boca se aproximó á la del marino.

El tiburón descendía atraído por el regalo de un animal sin huesos, todo carne, y que pesa toneladas. Este viaje lo hacía á toda prisa, por no poder soportar largo tiempo las formidables presiones del abismo. La lucha era breve y mortal entre los dos guerreros feroces que se disputan el dominio oceánico.

Cristales azulados, picos, garzotas de deslumbrante hielo, nieves vírgenes, son los mudos testigos que rodean el espectáculo y le contemplan. Lo que hace conmovedor y grave el himeneo, es que para ello se requiere la expresa voluntad, ya que la ballena carece del arma tiránica del tiburón, de los arpones que se enseñorean del más débil.

Años después, fueron saliendo con igual destino los otros nietos del estanciero, que éste consideraba antipáticos é inoportunos, «con pelos de zanahoria y ojos de tiburón». El viejo se veía ahora solo. Le habían arrebatado su segundo «peoncito». La severa Chicha no podía tolerar que su hija se criase como un muchacho, cabalgando á todas horas y repitiendo las palabras gruesas del abuelo.

Palabra del Dia

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