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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Llegó a regentar una imprenta en la que se tiraban varios periódicos que nadie leía; pero los sábados, apenas terminado su trabajo, cambiaba de traje y corría a Tetuán, adonde estaban sus aficiones, dedicándose a la caza con los dañadores de más fama, como si tirase de él una influencia ancestral, una herencia de sus antepasados.
Feliciana era la hija única del Mosco, el famoso cazador de Tetuán, y su compañera una muchacha de Bellasvistas, a la que aquélla recogía todas las mañanas para ir juntas al trabajo. El nombre del Mosco hizo prorrumpir al trapero en exclamaciones de admiración. Aquel era un hombre. Quitaba el sueño a toda la gente del Real Patrimonio.
Más acá esparcíanse, por la línea irregular del horizonte, grupos apretados de luces o rosarios de llamas sueltas, como si la tierra fuese una laguna de betún que reflejase los astros sombríamente. El Mosco extendió el brazo con la seguridad de un experto conocedor del nocturno paisaje. Las luces más cercanas eran de Bellavistas y las Carolinas; las otras de Chamartín y Tetuán.
Maltrana pensó en los traperos de Tetuán, en los obreros de los Cuatro Caminos y de Vallecas, en los mendigos y vagos de las Peñuelas y las Injurias, en los gitanos de las Cambroneras, en los ladrilleros sin trabajo del barrio que tenía delante, en todos los infelices que la orgullosa urbe expelía de su seno y acampaban a sus puertas, haciendo una vida salvaje, subsistiendo con las artes y astucias del hombre primitivo, amontonándose en la promiscuidad de la miseria, procreando sobre el estiércol a los herederos de sus odios y los ejecutores de sus venganzas.
Al día siguiente habría carne de corzo en Tetuán; y el guarda que intentase impedirlo corría el riesgo de verse cazado, de que le disparasen de entre la espesura sin darle el «¡alto!» Si no había carne, era que el Mosco estaba en la cama entrapajado, sucio de sangre, con una ración de plomo debajo de la piel.
Cuando el sobrino quisiera encontrarle, ya sabía dónde: siempre en su «farmacia». Le tenía ley al Rastro y sus alrededores, y eso que el barrio, con todo su comercio, era igual a aquellas casuchas de Tetuán de donde procedía la familia. Traperos todos: unos de burro y carro, otros con casa abierta, pero viviendo por igual de los desperdicios de la villa.
Conocímonos en Tetuán, dentro de una mazmorra; hemos sido amigos, y corrido una misma fortuna mucho tiempo; y, para diez o doce cuartos que apenas nos han ofrecido de limosna sobre el lienzo, mucho nos aprieta el señor alcalde.
»En efecto, él vino a decir que lo que se podía y debía hacer era que el dinero que se había de dar para rescatar al cristiano, que se le diese a él para comprar allí en Argel una barca, con achaque de hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa; y que, siendo él señor de la barca, fácilmente se daría traza para sacarlos del baño y embarcarlos a todos.
Procedía de una familia de Tetuán, pero había nacido en Madrid y era de oficio impresor.
Habituada a la vida semirrural de Tetuán, sintió cierta inquietud viéndose empujada por el gentío en los alrededores de la plaza de la Cebada. Las vendedoras, con un par de limones en una mano o unos fajos de perejil, pregonaban sus mercancías a grito pelado.
Palabra del Dia
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