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Actualizado: 11 de junio de 2025
El buque encalla en la costa de África, y empieza entonces una serie de escenas, en las cuales el terror y la compasión, y las pasiones más tiernas y enérgicas rivalizan entre sí para perturbar el ánimo de los espectadores y hacer en ellos impresión profunda.
Ya pintaré, cuando esté más descansado, este pueblecillo y este campo. Ahora no tengo tiempo. Voy al periódico; he de ir luego a la Biblioteca... Esto de hacer artículos es terrible: otra vez, después de este breve descanso, he de volver a ser hombre de todas horas, como decía Gracián. Sobre la mesa tengo un montón de periódicos. Siento un leve terror.
En el siglo XVIII y aun á principios del XIX, interrumpía, durante las noches, el silencio de las calles de Sevilla, una voz lúgubre y monótona que más de una vez despertaba á los pacíficos vecinos y llevaba el terror á los chiquillos que descansaban en sus casas.
Cuéntanse de él infinitas cosas que son dignas, por cierto, de ser recordadas, y como su autoridad era poderosa y su carácter en extremo duro, llegó á ser el terror de la gente de los barrios, en particular de los comerciantes y vendedores de artículos de primera necesidad.
Más tarde el joven mostró deseos tan vehementes de volver a ejercer su nueva facultad preciosa, que Teodoro consintió en abrirle un resquicio del mundo visible. Mi interior dijo Pablo, explicando su impresión primera está inundado de hermosura, de una hermosura que antes no conocía. ¿Qué cosas fueron las que entraron en mí llenándome de terror?
Su estupor horrendo duró sólo un minuto... Sabía él nadar... y lo sacaría, sí, lo sacaría, aunque tuviera que bajar a lo profundo, aunque tuviera que hacerse trizas la cabeza contra los escollos del fondo, y luchar allí a brazo partido con el terror y la muerte... Y se arrancaba las ropas, y las tiraba a su paso, y trepaba por las peñas lanzando gritos, dejando en ellas, sin sentirlo, pedazos de la piel de sus piernas desnudas, de su pecho jadeante y comprimido por la espantosa presión del horror...
Irenita se dirigió con precipitación a la sala. No estaban allí. Pasó luego al boudoir. Tampoco, ni se oía el más leve ruido. Entró en el gabinete. Nada. Entonces, sobrecogida de terror, de duda, de ansiedad, lanzóse hacia la alcoba oculta por cortinas de brocatel donde creyó percibir algún rumor.
¡Yo no quiero morir, Ulises!... No soy aún vieja para morir. Yo adoro mi cuerpo, soy el primero de mis enamorados, y me aterro al pensar que puedo ser fusilada. Pasó por sus ojos un reflejo fosfórico; sus dientes chocaron con el castañeteo del terror.
Marín afirmó que hacía ya días que veía algunos hombres sospechosos de noche. Esta noticia produjo en los circunstantes un saludable terror que no llegó a manifestarse. Todos se propusieron no salir de casa por la noche, sin comunicarse, no obstante, tan acertada resolución. El alcalde manifestó que, en su opinión, los ladrones debían de haber venido de Castilla. ¿De Castilla?
Tenía los ojos fuera de sus órbitas, y todo su semblante era imagen del terror. Lo llamé por su nombre, me miró fijamente y fué su contestación una carcajada. CUENTO PARA NI
Palabra del Dia
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