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Actualizado: 16 de junio de 2025


Entonces el santo varón hizo un esfuerzo para vencer su inercia terrorífica, se sacudió todo y con una fuerte voz dijo: «Niña mía, ¿a dónde vas? ¡Ay! exclamó ella sobresaltada, dando un chillido . Me ha asustado usted. Yo creí que estaba sola». ¡Sola! Según eso, D. José era un mueble. Esta idea causó al infeliz viejo grandísima aflicción. «¿Pero qué haces, mujer? ¿Te has vuelto loca?

Porque a los pocos momentos acaeció en el sitio que habían dejado, una escena espeluznante, terrorífica, digna de una tragedia romántica. Hallábase Pablito bailando con su morena, sereno, feliz, procurando acortar distancias todo lo posible, y aún más.

Corrió la chiquilla, y volvió desalada al instante diciendo: «Señora, D. Romualdo». Efecto de gran intensidad emocional, que casi era terrorífica.

«Entró hablándola en el tono regocijado y cariñoso que de ordinario usaba con ella; y bastó a la pobre niña conocer su luz, para lanzar un grito y estremecerse como si la hubiera sacudido una corriente eléctrica. Vivía la infeliz indudablemente bajo el peso de una idea terrorífica, que se embravecía con el recuerdo o la presencia de determinadas cosas y personas.

«¿Enfermo? dijo Maxi, clavando en ella sus ojos de iluminado . En efecto, tenía un brazo en cabestrillo. ¿Pero por dónde sabes...?». No, no, yo no sabía nada replicó Fortunata enteramente aturdida. ¡ lo has dicho! exclamó Rubín con la mirada terrorífica . ¿Por dónde lo sabes? La prójima se puso como la grana; después volvió a palidecer.

Nueva barricada de chiquillos les cortó el paso. Al verles, Jacinta y aun Guillermina, a pesar de su costumbre de ver cosas raras, quedáronse pasmadas, y hubiérales dado espanto lo que miraban, si las risas de ellos no disiparan toda impresión terrorífica.

Además, él recordaba haber visto en la puerta de una pagoda una cabra negra andando hacia atrás. ¡La noche sería terrorífica! ¡Y su pobre mujer, el hueso de su hueso, que estaba tan lejos, allá en Pekín! ¿Y ahora, Sa-Tó? le pregunté. Ahora... ¡Vuestra señoría!... Ahora... Callóse, y su figura escuálida temblaba, agazapándose como un perro que se le amenaza con el látigo.

Parecía el alarido de un gran caldero que hierve: no hay poesía terrorífica capaz de parangonarse con aquella prosa. Continuamente, continuamente el mismo tono: ¡Oh! ¡oh! ¡oh! ó ¡uh! ¡uh! ¡uh! Como habitábamos en la misma playa, éramos más que espectadores de la escena: constituíamos una parte de ella.

Tales espectáculos indignaban a Moreno, que al verse acosado por estos industriales de la miseria humana, trinaba de ira. Pues cuando se volvía para no verle, el maldito, haciendo un quiebro con su ágil muleta, se le ponía otra vez delante, mostrándole la pierna. Al aburrido caballero se le quitaban las ganas de dar limosna, y por fin la dio para librarse de persecución tan terrorífica.

No era posible que faltasen el demonio y el vicio, aquél en forma terrorífica, con descomunales narices coloradas, rabo y hendida pezuña, y éste, al contrario, á fuer de gracioso, con vestido variegado y un látigo en la mano. En la invención de estas piezas se revela á menudo poderosa fantasía, y en la ejecución del plan gran perspicacia y sutil ingenio.

Palabra del Dia

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