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Actualizado: 25 de noviembre de 2025
El segundo, de que los intérpretes ó lenguaraces no hayan entendido bien lo que ellos han querido decir, explicando los lugares de la situacion. Y el tercero, de que los mismos indios por su rudeza no hayan sabido explicar este punto.
Si el epígrafe del acto tercero atribuye el tercer acto de esta comedia á Calderón, que hubo de componerla á los once años, suscítanse también dudas muy fundadas contra la exactitud de este dato.
Tablas y la señora Nazaria están, según parece, en muy buena posición. El fenómeno no dijo nada, y siguió subiendo. Parecía subir con un solo pie. Al llegar arriba detúvose para tomar aliento. Sin duda no respiraba más que con un pulmón. ¿Se ha cansado usted, caballero? No tal... piso tercero.
Quizá pensando alto llegaron uno u otro a decir lo que hubiese parecido escabroso a un tercero; pero la torpeza si de sus bocas salía, brotaba con tal ingenuidad, que realmente la voluntad era tan irresponsable como la ignorancia.
De las églogas en verso de Lope de Rueda, que tanto agradaban á sus contemporáneos, sólo quedan escasos restos, á saber: un fragmento intercalado por Cervantes en el acto tercero de sus Baños de Argel, y un pequeño diálogo que se titula Las prendas de amor; lo cual no nos autoriza para formar un juicio exacto de este género.
La fisonomía del tercero no era tan agradable ni predisponía tanto su favor como la de los anteriores. Sin embargo, tenía fama de buen chico; y en cuanto á opiniones políticas, no podía echársele en cara la tibieza, porque era frenético republicano. Algunos mal intencionados decían que en el fondo era realista, y que sólo por cálculo hacía alarde de aquel radicalismo intransigente.
Cuántas veces había pensado Clementina esto mismo desde hacía dos meses no podremos decirlo; pero sí que lo había pensado un número bastante considerable. Su espíritu, embargado por dulce somnolencia, volvió a inclinarse al idilio. Aquel cuarto tercero, aquel despacho alegre, aquella vida dulce y oscura. ¡Quién sabe! La felicidad se encuentra donde menos se piensa.
Al cabo éste se detuvo un instante y le preguntó con voz alterada. ¿Cómo se llama V.? Juan. ¿Juan qué? Juan Martínez. Su padre de V. Manuel, ¿verdad? músico mayor del tercero de artillería ¿no es cierto? Sí, señor.
El Vara de plata hundía sus manos sucias y huesosas en las profundidades de la sotana, sacando tres gruesos talonarios, uno rojo, otro verde y el tercero blanco. Pasaba las hojas, consultando los folios de las que llevaba arrancadas. Acariciaba respetuosamente las libretas, como si fuesen más importantes para el culto que los grandes libros del coro. ¡Día flojo, Gabriel!
Como el ya don Simón no conocía bien al pormenor el carácter de la plaza mercantil en que se había establecido, dedicóse el primer año, y mientras la estudiaba a fondo, a descuentos ventajosos y préstamos sobre fincas; negocios que le proporcionaron cómodas y pingües utilidades. Al siguiente, ya se matriculó como comerciante capitalista. Al tercero, botó dos barcos a la mar.
Palabra del Dia
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