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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Y ahora, de pronto, me veo hecho un trapo, y me ahogo, señor, las piernas no pueden tenerme y me faltan fuerzas para ir de un rincón a otro. ¡Qué ganas tengo de salir de aquí!... Estoy seguro de que apenas salte a tierra seré otro, volveré a sentirme fuerte como en mi pueblo... Diga, señor: ¿cuándo llegamos a Buenos Aires?
Cuando ya no podía tenerme de debilidad, me senté ante un frasco de malvasía y un jigote de carnero, y al primer bandazo se me vino encima el frasco, poniéndome de perlas ropilla y calzas, y el guiso fué á dar con salsa y todo en el santo suelo.
Yo creí que sería el duque de Uceda, y mandé á Casilda que abriese. Poco después oí abajo un altercado: era Casilda que disputaba con un hombre que á todo trance quería entrar, que decía tenerme que decir cosas graves, y que al fin dijo era el cocinero mayor del rey.
A pesar de esto, me quería y me cuidaba bien, y como siempre me estaba recordando que yo no tenía madre y que mi padre no se cuidaba de mí, la encontraba muy buena por tenerme a su lado y soportar mis defectos, y estaba tan acostumbrada a ella, a sus maneras un poco rudas y a sus manías, que cuando murió, no sabía qué hacer de mi vida sin ella.
Su padre, en pocas palabras, le explicó nuestro inesperado encuentro y mi hospitalidad; entonces ella me sonrió dulcemente y pronunció algunas palabras de agradecimiento. Debe haber sido el intenso frío, me parece añadió. Me sentí de pronto entumecida, mi cabeza empezó a girar y no pude tenerme en pie. Pero realmente es mucha bondad en usted.
Sí, creyó tenerme ya entre las garras. Me preguntó muy alegre: "¿Apartarse de las leyes sin apartarse de la justicia? ¡Entonces las leyes en Atenas y en Roma eran injustas!" Y tú le contestaste que no, porque las leyes, hasta las más lógicas y eficaces, son relativas con respecto a la justicia.
-Ya lo querría ver -respondió Sancho-, pero pensar que tengo de subir en él, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al olmo. ¡Bueno es que apenas puedo tenerme en mi rucio, y sobre un albarda más blanda que la mesma seda, y querrían ahora que me tuviese en unas ancas de tabla, sin cojín ni almohada alguna!
¿Y por qué? ¿Acaso vos, señor, no habéis querido perderme? Debí separaros de la servidumbre del príncipe y os separé; pero no os prendí como pudiera haberlo hecho; ni os desterré, ni aun siquiera os envié á nuestro ejército de Italia. Y habéis hecho muy bien, porque os conviene tenerme por amigo. ¿Que me conviene?
Yo la había visto tan hermosa y llena de vida, que parecía alentar en lo mejor de su edad, y de súbito, me dicen que ha desaparecido de mi vista para siempre: y precisamente cuando me preparaba a recibirla en mis brazos, cuando iba a proporcionarle la dicha de tenerme a su lado, después de haber cumplido a satisfacción mis deberes de hijo... ¡Ah!... ¡La separación era un hecho y un hecho terrible porque ni siquiera pude despedirme de ella! ¡Cuánto sufrí en aquellos días!
Siempre agria e intolerante conmigo hasta que dejé la casa paterna, hoy, acaso fuera por los sufrimientos de la enfermedad, se mostraba dulce, afable, tierna. Se afanaba en mimarme, se complacía en satisfacer el menor de mis caprichos, y no sabía qué inventar para tenerme contento. No, hijito; decía, nosotras hemos sido contigo lo que debíamos ser: hemos hecho las veces de madre.
Palabra del Dia
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