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Actualizado: 18 de noviembre de 2025
Entretanto el hombre á quien zurraba Quevedo, no pudo resistir más y huyó dando voces. Habéis acabado ya por lo que veo, ó más bien por lo que no escucho dijo Quevedo á Juan Montiño. Sí, por cierto contestó Juan. Ya sabía yo que teníamos difunto; pero ese rufián de Juara va dando voces, y por sus voces pueden dar con nosotros, y con nosotros en la cárcel.
Solo habia un pozo en este pueblo, en que me puso el general de centinela, para distribuir el agua á cada año, segun la medida dada por él: y aun con estas providencias teniamos grandes trabajos por la falta de agua, y tantos, que no nos acordábamos del oro y plata, que todo era clamar por agua.
¡Cómo! ¿Os lo ha cambiado contra vuestro viejo rocín de huesos grandes? dijo Bryce con la entera certidumbre de que obtendría en respuesta otra mentira. No, teníamos que arreglar una pequeña cuenta respondió Dunstan con indiferencia , y Relámpago ha saldado la diferencia. Le he hecho un servicio a Godfrey tomándole el caballo.
Diantre! es decir que para entrar á Francia teníamos que hacer un viajecito léjos de Francia, en busca de un visa? Probablemente. Pero si en Estuttgard ni Carlsruhe no hay ministros ni cónsules de mi país.... Eso no es culpa mia. Y bien, señor comisario, U. se equivoca. Nosotros tenemos derecho de entrar á Francia, sin visa especial, como cualquier frances. ¿Por qué?
Salió de ella un buen hombre que nos vio mirarla por todas partes; y como resultó que conocía a Neluco, nos brindó muy cortés a que pasáramos a descansar, «si teníamos gusto en ello». El médico me pidió mi parecer con la mirada, y con un ademán le di yo la negativa.
Por entre la multitud de pasajeros, empleados y changadores que llenaban el andén, apareció Melchor acompañando a Ricardo. ¿En qué andan? Este, que quería comprar La Nación y La Prensa, a pesar de que yo los llevo. Y yo también. No importa replicó Ricardo; yo no puedo pasarme sin los diarios. ¡Pero si los teníamos!
El teatro entero hacía un solo comentario. A nuestro lado, teníamos dos jóvenes impertinentes que conversaban, sin conocernos, con toda desfachatez. El viejo, aquél, el que ahora se le acerca; le decía uno de ellos al otro... No puede ser... contestaba éste. Te digo que sí; ese es el novio... que toupet de mujer. ¿Pero estás seguro?
En realidad nada parecía haber cambiado en Trembles: ni los lugares ni nosotros mismos: y teníamos el aspecto de tal modo era todo tan idéntico a lo de antes, las cosas, la época, la estación y hasta los pequeños incidentes de la vida de festejar día tras día el aniversario de una amistad que no tenía data.
Teníamos la retirada marina á marina, llana y descubierta, y no era lejos del fuerte más de dos millas el lugar donde los turcos habían desembarcado, que era en los mismos pozos donde nosotros habíamos estado diez días, y teníamos más de 70 caballos, con los de la compañía, y los caballos que había dejado el Visorrey y otros caballeros, no teniéndolos los enemigos ni los de la isla caballos con que enojarnos, porque aún no eran llegados los caballos alarbes que esperaban; y si se dejó por entretener allí la armada, porque no fuese á hacer mal en Sicilia ó en el reino de Nápoles, el mejor entretenimiento fuera matarle la gente, de manera que no la pudiera echar en tierra, y tuviera harto que guardar sus galeras con los que llevaba.
Difícil es hoy al espíritu darse cuenta de la situación intelectual de una sociedad sudamericana hasta principios de nuestro siglo. No teníamos la tradición monárquica, que implica por lo menos un ideal, un respeto, algo arriba de la controversia minadora de la vida real.
Palabra del Dia
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