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Actualizado: 12 de octubre de 2025


Y Tiburcio respondía riendo siempre: Tiempo te sobró para matarle cuando estabas suelto. Ahora te atamos por caridad y para que no mueras. Blasfemó, chilló e insultó de nuevo Pedro Carvallo. Teletusa pensó y propuso ponerle una mordaza, pero no lo consintió donna Olimpia y con voz imperiosa dijo: Llevadle al desván con los otros, echad la llave y traédmela. Que pasen allí la noche.

El Abuna, al mismo tiempo, tenía que enviar un mensajero y parte del diezmo al Patriarca de Alejandría, de quien era sufragáneo. Se aprovechó, pues, aquella excelente ocasión, y con la lucida y bien custodiada caravana, se largó de Abisinia donna Olimpia, en compañía del Principito, de Teletusa y de sus dos fieles escuderos que nunca la abandonaron.

Yo me he apoderado de un barril de harina y de una enorme botija llena de aceite, y valiéndome de estas sustancias voy a daros, mientras dure nuestra navegación, una fruta de sartén, distinta cada día. Teletusa cumplió su promesa, y sin estropear sus manos, que las tenía bonitas y bien cuidadas, amasó y frió de diario los más deliciosos y diferentes manjares farináceos que imaginarse pueden.

Miguel de Zuheros no estaba de muy buen humor y repugnaba recibir a los derviches; pero donna Olimpia y Teletusa, que habían oído hablar de sus extravagantes y vertiginosos bailes y del extraño método que empleaban para llenarse de furor divino y entrar en la vía unitiva, intercedieron por ellos y consiguieron que subiesen sobre cubierta.

Cuán extraordinaria sorpresa y cuán tremenda cólera no serían las de Morsamor no bien supo que donna Olimpia y Teletusa, así como sus escuderos Asmodeo y Belcebú, habían desaparecido, sin que se hallasen en la nave por más que los habían buscado.

Dos robustos y estupendos rufianes le tenían bien cogido entre sus enormes manazas fuertes como el hierro, y Teletusa y Tiburcio, sin dejar de reír, le ataban de pies y manos con suma destreza y valiéndose de lienzos retorcidos a falta de cuerdas que por allí no había. ¡Matadme o soltadme para que le mate! gritaba Pedro Carvallo.

Teletusa, tan regocijada como de costumbre, apareció con ella. Y aparecieron igualmente entre los libertados galeotes, siendo de los que mejor pagaron la libertad combatiendo a los corsarios, los dos fieles y robustos escuderos a quienes llamaban Asmodeo y Belcebú, más por broma que con suficiente motivo.

De noche, sobre todo, tomaba estruendosas perras, berreaba mucho y no dejaba que ni donna Olimpia, ni Teletusa, ni el corsario, pegasen los ojos. El corsario, durante tres noches, lo aguantó todo por galantería; pero en la noche cuarta, se puso tan nervioso y tan frenético que apenas nos atrevemos a decir lo que hizo, tanto es el horror que nos causa.

Y como allí viesen a donna Olimpia y a Teletusa, se maravillaron y embelesaron, dándose a propalar entre sus compatricios que en la nave europea había, no dos mujeres bonitas, sino dos péris o dos huríes.

Todos aplaudieron el breve discurso de Teletusa, y animada ella con el aplauso, se atrevió a proseguir: La pólvora da muerte y la harina es el mejor y más usado sustento de la vida. A la harina, pues, me atengo. Quiero que sepáis, señores, que una prima mía muy guapa fue la buena amiga y tal vez el oíslo del famoso cocinero Ruperto de Nola.

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