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Actualizado: 19 de junio de 2025
El vulgo de los teólogos obcecados con la palabra auténtica de que se valió el Concilio, dió al decreto una torcida inteligencia, i se empeñó reciamente en que se habia de venerar la Vulgata como si hubiera bajado del cielo, ó como si el Espíritu Santo hubiera llevado la mano al traductor, i esta gente al cabo logró salir con su intento, haciendo poco menos que comun su manera de pensar.
Con motivo del fallecimiento de la princesa Catalina permanecieron largo tiempo cerrados los teatros de la capital, y aprovecharon los teólogos la ocasión para hacer nuevo alarde de sus escrúpulos, originados de la licencia de las funciones teatrales; sus esfuerzos obtuvieron esta vez mejor éxito, sin duda porque fueron más enérgicos, puesto que el 2 de mayo de 1598 se promulgó una Real pragmática, que prohibía indefinidamente la representación de comedias . No se indica en ella claramente si esta prohibición comprendía á todas las ciudades del reino, ó se limitaba sólo á la capital; pero si, como se presume, tuvo el primer objeto, lo cierto fué que se observó únicamente en Madrid, en donde se aplicó en todo su rigor por hallarse bajo la vigilancia de las autoridades superiores.
Cuando algunos teólogos han dicho que el atributo constitutivo de la esencia de Dios era la inteligencia, han emitido una idea que encierra un sentido filosófico admirablemente profundo. La inteligencia es esencialmente activa; ella misma es actividad.
Era el Oriente que entraba en Europa, no como los monarcas asirios, por la Grecia, que les repelía, viendo en peligro su libertad, sino por el extremo opuesto, por la España, esclava de reyes teólogos y obispos belicosos, que recibía con los brazos abiertos a los invasores. En dos años se enseñorearon de lo que luego costó siete siglos arrebatarles.
-Eso no es de maravillar -dijo don Quijote-, porque muchos teólogos hay que no son buenos para el púlpito, y son bonísimos para conocer las faltas o sobras de los que predican.
Como en la Europa central y occidental los teólogos no lograron mantener en tensión máxima universal el terror religioso, la inteligencia humana pudo emanciparse del peligro teológico y llegar a engrandecerse con todo el poder de las energías cósmicas, que trabajan gratuitamente para todo el que aprende a gobernarlas.
Llegaron días en que don Alonso Blázquez Serrano creyó sentir el acecho de las peores especies demoníacas descritas por los teólogos. Su ánima brioso y brillante se hundió, sin remedio, en las más obscuras regiones de la melancolía. Un pavor enfermizo le agitaba continuamente.
Entre los monjes había sabios filósofos y teólogos y no pocos que habían militado con gloria en sus mocedades antes de retirarse del mundo. Estos enseñaban indistintamente las artes de la paz y de la guerra; cuanto a la sazón se sabía.
En ciencias y artes hubo, a pesar de la Inquisición, hombres eminentes y gozaron algunos tanta libertad, que Francisco de Villalobos, médico de la Reina Católica, pudo decir sin que le viniera perjuicio, frases tan arriscadas como esta: Yo no hablo con teólogos: y si los filósofos se acogen a ellos harán como los malhechores que se acogen a la Iglesia.
En una palabra: me imaginé que Castro Pérez era uno de esos abogados viejos, repletos de latines, que se saben de memoria las Partidas, que tienen pujos de canonistas, y que escriben errar con «h»; «teólogos de capote», como los llamaron «in illo témpore»; peritos en las triquiñuelas jurídicas, pero vacuos de todo lo demás; habilísimos para ocultar su ignorancia, y desdeñosos de cuanto no entienden; que miran a todo el mundo con aire de protección, y que apareciendo graves y sesudos, mostrándose inaccesibles y huraños pasan por unos portentos y vienen a ser, en pueblos y ciudades como Villaverde, señores de vidas y haciendas.
Palabra del Dia
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