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¡No puede ser! repitió D.ª Serafina Barrado. El ex-gobernador de Tarragona dejó escapar por la nariz algunos resoplidos fragorosos, como una locomotora que desaloja el vapor sobrante, y repuso: ¿Creen ustedes, señores, que no tengo ojos en la cara? Esta pregunta trascendental, acompañada del adecuado fruncimiento de cejas, produjo bastante impresión entre los interruptores.

Volvamos á Tarragona, y perdone el lector la digresion. La catedral de Tarragona, una de las mas antiguas de España, es gótica y corresponde al estilo del siglo X. Aunque no carece de mérito, no llama mucho la atencion sino por una curiosidad de arte que es única en España: es una inmensa alfombra gobelina, de una sola pieza, que cubre todo el pavimento del templo, en los grandes dias.

Cogió por los pelos la ocasión que le dio D. Narciso, al censurar lo mal empedradas que estaban las calles de Peñascosa, para decir con su voz gangosa y penetrante en una pausa: Siendo yo gobernador de Tarragona... ¡Ya pareció Tarragona! dijo sordamente Consejero, mientras colocaba las cartas. Los que estaban cerca oyeron la exclamación y rieron.

Apénas acaba de autorizarse la demolicion de una parte de esas fortificaciones, y ya las ciudades de Barcelona y Tarragona crecen y se mejoran y regeneran como por encanto. Dentro de pocos años Barcelona será una vasta y hermosa capital de 350,000 habitantes. No hay en el pueblo catalan un sentimiento mas hondamente arraigado que el de la igualdad y la personalidad.

Hablásteis tambien de ruinas: ¿mas qué ruinas podrán compararse con las de Iliturgis, grandioso sepulcro de todo un pueblo de héroes, con las de Tarragona, en cuyos restos imponentes se descubre aun la que fue corte de la mitad de EspañaCada monumento, le contestamos, tiene su vida propia; cada ciudad, su historia.

Barcelona es residencia ordinaria de doce ó catorce cónsules extranjeros, y ofrece amplias facilidades al viajero. Temiendo entregarme desde muy temprano al martirio de las diligencias, tomé pasaje en el vapor «Cataluñaque iba para Hamburgo, y me dirigí á la provincia de Tarragona. Sin haber tenido amigos en Barcelona, confieso que me alejé de su animado puerto con algun pesar.

Por mucho tiempo Tarragona, trepada en su colina y divorciada del puerto por las murallas que la estrangulaban, no ha sido sino un apacible nido de canónigos, gorjeando en su catedral gótica, en medio de inscripciones, lápidas y escombros. Tarragona, en efecto, es un cementerio de las razas y civilizaciones diferentes y sucesivas.

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote; digo de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona!

»Conbidóse para llevar la Cruz Verde en dicha processión al D.n Diego Desclapes y Montornes, Canónigo de la S.ta Iglesia, Consultor deste S.to Off.º y Ordinario por el Ill.mo y R.mo S.r Arzpde Tarragona, en orden á la Isla de Ibiza por ser territorio del distrito desta Inq.n »Y para que las calles estubiessen limpias por donde hauia de passar, lo comunicó dicho Sr.

¡Déjenos usted de Tarragona, D. Peregrín! interrumpió el señor de las Casas. Aquí lo que procede es atender a esa niña... Usted, señora, haga lo que sepa para hacerle volver en . Usted, D. Peregrín, que conoce bien la población, vaya a buscar un médico... Y , don Gil el enamorado... al infierno si te parece.