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Actualizado: 10 de julio de 2025
Ocultábame casi tras unos tapices que separaban el salón de una salita, y desde allí sorprendí la conversación de dos respetables matronas, cuyas simpatías me había conquistado. Reina está muy guapa esta noche, y como siempre, es la reina del baile. Sin embargo, Blanca de Pavol es más linda. Sí, pero es menos atrayente.
Diríase que bárbaros instrusos han arrancado todos los tapices y antepuertas, con premura de saqueo, y quebrado hasta la última baldosa del piso al arrollar las alfombras y llevarse los muebles, no dejando otra cosa que una mesa florentina de ébano incrustada de marfil y una silla de roble.
Tenía en ella unas cuantas silletas para sentarse y las hollinadas paredes adornábalas con papel recortado del que se emplea en los vasares de las cocinas, formando multicolores tapices, que daban a su tabuco un sabor oriental, en armonía con la cara obscura de los habitantes. La Teodora era la mujer más sabia de su raza.
Ni vos ni yo hemos tenido la culpa de lo que ha sucedido añadió la dama volviéndose de nuevo á la puerta de los tapices ; yo me vi obligada á ampararme de vos, y vos, que por una circunstancia casual me habíais visto, y habíais dado en el capricho de enamoraros de mí... ¡Señora! Os hablo así porque no soy la reina. Y entonces, ¿por qué no os descubrís? Ni puedo, ni debo. Pues permitidme que dude.
A veces la hoya se ensancha en vastos pliegues y severas curbas, y el valle se presenta lleno de ondulaciones y pequeñas colinas, donde brillan al sol limpios viñedos, hermosas mieses y verdes legumbres, ó se extienden en tupidos tapices algunas pequeñas praderas que van á perderse al pié de los barrancos estratificados de caliza, ó de las rígidas y verticales rocas graníticas que parecen amenazar al viajero desde lo alto de sus bastiones formidables.
Tal expresión de terror manifestaban sus facciones descompuestas y los ojos desmesuradamente abiertos, que Duguesclín miró rápidamente en torno de la sala, clavó la vista por breves instantes en los tapices que cubrían las paredes y luégo en los anhelantes rostros de sus amigos. Esperaré ese peligro si él no me espera á mí, dijo.
La dama contemplaba sus sombras confundidas avanzando sobre la mágica luz de la pradera, con el cabeceo de una lenta marcha. Parece que vivimos en otro mundo murmuró , un mundo de leyenda: algo así como las praderas que se ven en los tapices. Una escena de libros de caballerías: el paladín y la amazona que viajan juntos con la lanza al hombro, enamorados y en busca de aventuras y peligros.
En aquella avenida vi también el cortejo de un funeral de Mandarín, todo ornado de oriflamas y banderolas; grupos de hombres fúnebres quemaban papeles en braserillos portátiles; mujeres desarrapadas aullaban de dolor revolcándose sobre los tapices; después se levantaban, y un koolí, vestido de blanco, en señal de luto, les servía el té en un gran plato en forma de ave.
Había sido reemplazada por la señora de Villanera, atenta a sus menores deseos y movimientos, pero que le daba miedo. En un ambiente tan poco tranquilizador, la pobre niña no se atrevía ni a dormir ni a estar despierta. Cerraba los ojos para no ver los tapices, pero no tardaba en volverlos a abrir, porque entonces se le presentaban otras imágenes más espantosas.
Palabra del Dia
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