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Actualizado: 4 de junio de 2025


La santa, concluida la oración mental, se había sentado en un taburete, y poniendo un gran libro sobre sus rodillas, leía con la cabeza inclinada á un lado, arqueadas las cejas, bajos los párpados, y cruzadas las manos en ademán muy humilde.

Fray Diego de Chaves, acercándose a una de las ventanas, púsose a mirar hacia el campo. El monarca más poderoso de la tierra, el rey taciturno y papelero, estaba sentado en una silla frailuna, con una pierna extendida sobre un taburete y el codo apoyado en una tosca mesa de roble, anotando sin cesar, con su propia mano, pilas enormes de documentos.

Un sillón de magistrado, una poltrona de ministro o un taburete de escribiente... cualquier cosa; lo importante era sentarse en algún sitio.

El tío Manolillo entró con las manos puestas en las caderas, miró frente á frente al cocinero de su majestad, se le rió en las barbas y se sentó en un taburete de pino. Y bien, ¿por qué os reís? dijo Montiño amostazado, porque hacía mucho tiempo que le causaban ojeriza las bromas del bufón. Ríome porque siempre que os veo me da gozo, señor Francisco dijo el tío Manolillo.

La casa fue desde entonces a modo de un santuario, pasando por el patio centenares de personas que deseaban saludar a Gallardo, «el primer hombre del mundo», sentado en un sillón de junco, la pierna en un taburete, y fumando tranquilamente, como si su cuerpo no estuviese quebrantado por una herida atroz.

Se había levantado de junto á la mesa. Había permanecido algún tiempo de pie. Luego se había sentado en el taburete donde apoyaba sus pies Dorotea. Por último, había abrazado la cintura de la joven. Al sentir el brazo de Juan Montiño, se alzó como se hubiera alzado la mujer más pura.

¡Dame! dijo la reina con ansia ; dame las tijeras y siéntate á mis pies. La joven, admirada y confusa, se sentó á los pies de la reina sobre un taburete de terciopelo. ¡Oh, y qué hermosos cabellos tienes! dijo Margarita de Austria ; tus cabellos me van á salvar, Clara. Y la reina deshacía con mano trémula las gruesas trenzas negras de doña Clara. ¡Oh!

A las cinco abiertos los ojos...». «A cada momento alzo la pluma, o dejo el taburete y el corte de palma en que escribo, para adivinarle a un doliente la maluquera, porque de piedad o casualidad se me han juntado en el bagaje más remedios que ropa, y no para que no estuve más sano nunca.

Absorto, mudo, con la boca abierta, estaba Mutileder, cuando la dama se levantó y mostró de pié su gallarda estatura, esbelta y cimbreante como las palmas de Tadmor; y vino a él, y tomándole la mano, en la que él sintió como una conmoción eléctrica, le llevó a y le dijo: Siéntate. ¿Qué te asusta? Y Mutileder se sentó, al lado de la dama, en un taburete bajito.

Y cual trompeta gloriosa que anunciaba por anticipado el triunfo de Pimentó, empezaron á sonar los ronquidos de Terreròla el pequeño, caído de bruces sobre la mesa y próximo á desplomarse del taburete, como si todo el aguardiente que llevaba en el estómago buscase el suelo por ley de gravedad.

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